VIVIR A FONDO | CICLO C – XXIV DOMINGO DE TIEMPO ORDINARIO

29 agosto 2022

LC 14,25-33

En aquel tiempo, mucha gente acompañaba a Jesús; él se volvió y les dijo: «Si alguno viene a mí y no pospone a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío. Quien no carga con su cruz y viene en pos de mí, no puede ser discípulo mío. Así, ¿quién de vosotros, si quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla? No sea que, si echa los cimientos y no puede acabar-la, se pongan a burlarse de él los que miran, diciendo: “Este hombre empezó a construir y no pudo acabar”. ¿O qué rey, si va a dar la batalla a otro rey, no se sienta primero a deliberar si con diez mil hombres podrá salir al paso del que lo ataca con veinte mil? Y si no, cuando el otro está todavía lejos, envía legados para pedir condiciones de paz. Así pues, todo aquel de entre vosotros que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío».

Lo que Jesús pide al discípulo no es romper con la familia, lo que le pide es una disponibilidad total y absoluta. Jesús enuncia de manera incisiva el principio de la disponibilidad. No nos pide solamente que cumplamos los mandamientos, que seamos buenas personas… Nos pide que estemos disponibles, aun sabiendo el riesgo que puede suponer seguirle (la cruz).

Esa disponibilidad también pasa por renunciar a aquello que nos impide seguirle con libertad.

Son palabras que suenan “duras”, las de este evangelio; y que no son fáciles de olvidar. Pero nos inspira confianza el testimonio de multitud de cristianos y cristianas, felices de haber seguido con libertad la llamada de Jesús y de habérselo jugado todo por el Reino. Nadie que ha seguido a Jesús de verdad se ha sentido defraudado. Porque el Reino vale la pena, es fuente de gozo para quien lo acoge.

¿Qué consecuencias concretas suponen estas palabras para mi vida?

Duras me suenan a veces tus palabras, Señor,

duras y difíciles de asimilar.

Sin embargo te agradezco que hables claro,

con sinceridad, sin medias tintas

(por lo menos sé a qué atenerme).

Pero sé que no me pides nada superior a mis fuerzas,

sé que cuento con tu presencia y con tu fuerza,

sé que tu Espíritu me mueve,

y sé que seguirte en libertad me hace más libre

y es promesa para mí de vida plena.

Por eso te pido la gracia de la disponibilidad y del desprendimiento,

porque no quiero dejar de seguirte,

con todas las consecuencias,

sin medias tintas.

Pr 11,2

Ser libre, ser capaz

de alzarme en pie

y abandonarlo todo sin mirar atrás.

Decir “sí”.

Si pudiera crecer…

en firmeza, en sencillez, en paz, en amor.

Dag Hammarksjold