Lc 23,1-49
Cuando llevaban a crucificar a Jesús, echaron mano de un hombre de Cirene llamado Simón, que venía del campo, y le hicieron cargar con la cruz y llevarla detrás de Jesús.
Mucha gente y muchas mujeres que lloraban y gritaban de dolor por él, le seguían. Jesús las miró, y les dijo:
-Mujeres de Jerusalén, no lloréis por mí, sino por vosotras mismas y por vuestros hijos. Porque vendrán días en que se dirá: ‘¡Dichosas las que no pueden tener hijos, los vientres que nunca concibieron y los pechos que no dieron de mamar!’ Y entonces comenzará la gente a decir a los montes: ‘¡Caed sobre nosotros!’, y a las colinas: ‘¡Escondednos!’ Porque si con el árbol verde hacen todo esto, ¿qué no harán con el seco?
También llevaban a dos malhechores, para matarlos junto con Jesús. Cuando llegaron al sitio llamado de la Calavera, crucificaron a Jesús y a los dos malhechores, uno a su derecha y otro a su izquierda. [Jesús dijo: «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen.»]
Los soldados echaron suertes para repartirse entre sí la ropa de Jesús. La gente estaba allí mirando; y hasta las autoridades se burlaban de él diciendo:
-Salvó a otros; ¡que se salve a sí mismo ahora, si de veras es el Mesías de Dios y su escogido!
Los soldados también se burlaban de Jesús. Se acercaban a él y le daban a beber vino agrio diciéndole:
-¡Si eres el Rey de los judíos, sálvate a ti mismo!
Y sobre su cabeza había un letrero que decía: «Este es el Rey de los judíos.»
Uno de los malhechores allí colgados le insultaba, diciéndole:
-¡Si tú eres el Mesías, sálvate a ti mismo y sálvanos a nosotros!
Pero el otro reprendió a su compañero diciendo:
-¿No temes a Dios, tú que estás sufriendo el mismo castigo? Nosotros padecemos con toda razón, pues recibimos el justo pago de nuestros actos; pero este no ha hecho nada malo.
Luego añadió:
-Jesús, acuérdate de mí cuando comiences a reinar.
Jesús le contestó:
-Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso
Domingo de Ramos es la puerta de entrada a Semana Santa. En la celebración de este día encontramos dos partes: la primera alegre, festiva, es la bendición de ramos, la segunda, más trágica es de aquellas historias que todos conocemos pero que siempre nos impresiona, la Pasión de Jesús. Alegría y dolor marcan el día de hoy.
Acompañamos en el entusiasmo a los que aclaman a Jesús como rey, le seguimos en todo recorrido hacia su muerte, finalmente cargamos la cruz porque queremos compartir con Él nuestra vida.
En el relato de la Pasión, se subraya la figura de Jesús en la cruz. Vemos a Jesús que calla y sufre humildemente las risas y burlas, el interrogatorio,… No se rebela ni tiene rencor contra aquella sociedad que lo ha maltratado. Jesús perdona, porque pone su vida en manos de Dios, se abandona en manos del Padre. Jesús representa la humanidad diferente, aquella que no basa sus relaciones en el dominio y el poder, sino en el amor, la comprensión y el perdón.
Por eso también nosotros necesitamos reafirmar hoy de alguna manera, en la procesión de ramos, la confianza en el triunfo de Cristo y nuestro triunfo. También nosotros estamos destinados no a la Cruz, sino a la vida, no al sufrimiento, sino a la alegría.
El relato de la Pasión nos ha presentado la seriedad del camino de Jesús, la solidaridad con la humanidad hasta la muerte en la cruz. Pero éste no será el final. El sábado por la noche, en la Vigilia Pascual, escucharemos el evangelio más importante del año, el de la Resurrección, que es la respuesta de Dios a la entrega de Jesús.
Revisemos estos días nuestro seguimiento de Jesús…
¿Pasamos de la alegría y el entusiasmo, al miedo y el desánimo?
¿Cómo vivimos los momentos adversos de nuestra vida?
¿Cómo cargamos nuestra cruz?
¿Cómo ayudamos a los demás a superar las pruebas?
¿Cómo vivimos nuestra confianza, nuestra entrega a Dios?
Padre, me pongo en tus manos,
haz de mí lo que quieras,
sea lo que sea, te doy las gracias.
Estoy dispuesto a todo,
lo acepto todo,
con tal que tu voluntad se cumpla en mí,
y en todas tus criaturas.
No deseo nada más, Padre.
Te confío mi alma,
te la doy con todo el amor
de que soy capaz,
porque te amo.
Y necesito darme,
ponerme en tus manos sin medida,
con una infinita confianza,
porque Tú eres mi Padre.
LA MIRADA DE JESÚS
En el Evangelio de Lucas leemos lo siguiente:
Le dijo a pedro: «¡Hombre, no sé de qué hablas!»
Y en aquel momento, estando aún hablando,
cantó un gallo, y el Señor se volvió y miró a Pedro…
Y Pedro, saliendo fuera, rompió
a llorar amargamente.
Yo he tenido unas relaciones bastante buenas con el Señor. Le pedía cosas, conversaba con Él, cantaba sus alabanzas, le daba gracias,…
Pero siempre tuve la incómoda sensación de que El deseaba que le mirara a los ojos…, cosa que yo no hacía. Yo le hablaba, pero desviaba mi mirada cuando sentía que Él me estaba mirando.
Yo miraba siempre a otra parte. Y sabía por qué: tenía miedo. Pensaba que en sus ojos iba a encontrar una mirada de reproche por algún pecado del que no me hubiera arrepentido. Pensaba que en sus ojos iba a descubrir una exigencia; que había algo que El deseaba de mí.
Al fin, un día, reuní el suficiente valor y miré. No había en sus ojos reproche ni exigencia. Sus ojos se limitaban a decir: «Te quiero». Me quedé mirando fijamente durante largo tiempo. Y allí seguía el mismo mensaje: «Te quiero».
Y, al igual que Pedro, salí fuera y lloré.