En aquel tiempo, Jesús llamó a los Doce y los fue enviando de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos. Les encargó que llevaran para el camino un bastón y nada más, pero ni pan, ni alforja, ni dinero suelto en la faja; que llevasen sandalias, pero no una túnica de repuesto. Y decía: «Quedaos en la casa donde entréis, hasta que os vayáis de aquel sitio. Y si un lugar no os recibe ni os escucha, al marcharos sacudíos el polvo de los pies, en testimonio contra ellos». Ellos salieron a predicar la conversión, echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban.
Señor, Dios mío;
¡Felices los que viven en tu templo
y te alaban sin cesar!
¡Felices los que en ti encuentran ayuda,
y desean peregrinar hasta tu monte.
Autor/a: J. L. Hermosilla
La luz es:
presencia silenciosa que,
como un manto blanco, lo cubre todo;
arrullo que todo lo reviste de color
con su contacto;
espejo donde todo se refleja.
La luz no se ve:
lo que se ve son los objetos
iluminados por la luz.
Quien hizo la luz un día nos dijo:
«Vosotros mientras vivís,
tenéis que ser como antorchas luminosas;
así, al veros los demás, recordarán
que salisteis de la Gran Hoguera de Dios.
Sois como chispas de este Fuego Divino».
No pongáis vuestra luz bajo la cama,
sino sobre la mesa para que todos la contemplen
y glorifiquen el Padre que da toda luz.
Nosotros tenemos que ser luz, como lo es el Padre:
Él la puso desde el principio en el mundo.
Si aquello que tiene que ser luz
se convierte en tinieblas,
qué lamentable y responsable oscuridad
cubrirá la tierra!
Tenemos que ser, mientras vivamos,
luz, antorcha encendida.