Jn 15, 9-17
En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Al verlo, ellos se postraron, pero algunos dudaron. Acercándose a ellos, Jesús les dijo: «Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabe que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos».
Jesús y los discípulos: Una vez más la relación íntima de Jesús y los que Él ha escogido. El diálogo entre ellos les infunde fuerza.
Les invita e indica a que transmitan todo aquello que les ha enseñado, que se abran a los demás (a todos los pueblos) que los ayuden, bautizando, incorporándolos a ser discípulos: personas conscientes del amor de Dios.
Y para este mandamiento no estarán nunca solos. La promesa es que Él siempre estará con ellos por siempre jamás y hasta el fin del mundo, pase lo que pase.
¿Estoy abierto/a al diálogo con Jesús? ¿Cómo lo hago?
¿Me siento escogido/da y por lo tanto enviado/da en transmitir el amor de Dios?
¿De qué manera puedo incorporar a ser más personas discípulos de Jesús?
Gracias, Señor, por tu elección,
por contar conmigo en la misión de extender tu Reino.
Gracias porque me das fuerza, en medio de las pocas fuerzas con que a veces me encuentro. Gracias porque me infundes alegría, en medio del pesimismo que a veces me domina.
Ayúdame a saber ver el camino por el que me llamas, y a ser fiel a tu llamada.
Ayúdame a saber dar consistencia a mi vida.
Haz de mí una persona que ama,
y un signo auténtico de tu amor para las personas que me rodean.
Una plaga de amor
Un psicoanalista, conocido como el padre de la antipsiquiatría, manifestó en un congreso de Psicología Humanista: “Sólo la llegada de una gran plaga, de una gran oleada de amor, puede salvarnos”.
Evidentemente, la sociedad cambiaría a mejor, se convertiría en un cielo sobre la tierra, si nos llegara una gran oleada de amor que inundara e invadiera corazones, mentes y almas.
– Porque cualquier trabajo, profesión o condición, sin amor, puede convertirse en un mero acto mecánico, sin corazón ni alma.
– Porque el trato con los débiles, sin amor, nos puede hacer duros, inflexibles, tiranos.
– Porque el saber, el poder, la riqueza, sin amor, pueden llegar a ser opresión, despotismo, hambre para los demás.
– Porque amar es darse, es servir, es hacer vivir en calidad de vida.
– Porque quien ama se transforma por dentro y por fuera, y asimismo transforma todo cuanto toca.
Con palabras de Juan Pablo II: “El sentido de la vida está en el amor. Sólo quien sabe amar hasta olvidarse de sí mismo, para darse al hermano, realiza plenamente la propia vida”.
(J. M. Alimbau)