En la ciudad de Cafarnaún, el sábado entró Jesús en la sinagoga a enseñar; estaban asombrados de su enseñanza, porque les enseñaba con autoridad y no como los escribas. Había precisamente en su sinagoga un hombre que tenía un espíritu inmundo y se puso a gritar: «¿Qué tenemos que ver nosotros contigo, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios». Jesús lo increpó: «¡Cállate y sal de él!». El espíritu inmundo lo retorció violentamente y, dando un grito muy fuerte, salió de él. Todos se preguntaron estupefactos: «¿Qué es esto? Una enseñanza nueva expuesta con autoridad. Incluso manda a los espíritus inmundos y lo obedecen». Su fama se extendió enseguida por todas partes, alcanzando la comarca entera de Galilea.
¿Qué es lo que hace que el mensaje de Jesús sea nuevo para mí… y me haga vivirlo como la única autoridad?
Oh Señor,
feliz aquel a quien corriges
y das tus enseñanzas
para que tenga tranquilidad
cuando lleguen los días malos,
mientras que al malvado
se le prepara la fosa.
El Señor no abandonará a su pueblo,
no dejará solos a los suyos.
La justicia volverá a ser justa,
y todo hombre honrado la seguirá.
¿Quién se levantará a defenderme
de los malvados y malhechores?
Si el Señor no me hubiera ayudado,
yo estaría ya en el silencio de la muerte.
Cuando alguna vez dije: “Mis pies resbalan”,
tu amor, Señor, vino en mi ayuda.
En medio de las preocupaciones
que se agolpan en mi mente,
me das consuelo y alegría.
Tú no puedes ser amigo de jueces injustos,
que actúan mal y en contra de la ley;
que conspiran contra el inocente y honrado,
y lo condenan a muerte.
Pero el Señor es mi refugio;
mi Dios es la roca que me defiende.
“El medio divino”, de Pierre Teilhard de Chardin