Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: este venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. No era él la luz, sino el que daba testimonio de la luz. Y este es el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a que le preguntaran: «¿Tú quién eres?». Él confesó y no negó; confesó: «Yo no soy el Mesías». Le preguntaron: «¿Entonces, ¿qué? ¿Eres tú Elías?» Él dijo: «No lo soy». «¿Eres tú el Profeta?». Respondió: «No». Y le dijeron: «¿Quién eres, para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado? ¿Qué dices de ti mismo?». Él contestó: «Yo soy la voz que grita en el desierto: “Allanad el camino del Señor”, como dijo el profeta Isaías». Entre los enviados había fariseos y le preguntaron: «Entonces, ¿por qué bautizas si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?». Juan les respondió: «Yo bautizo con agua, en medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mí, y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia». Esto pasaba en Betania, en la otra orilla del Jordán, donde Juan estaba bautizando.
Ante la insistencia de éstos, su respuesta continúa siendo clara y consciente, él no es el Mesías esperado, sino la voz que anuncia su llegada. Él no es la luz, sino el testigo de la luz. Él ha venido a preparar el camino del Mesías. Juan es honesto, no se presenta como un gran entendido, como si él tuviera la solución para todo. Lo que hace es dirigir a todo el mundo hacia Jesús.
Tal y como hizo Juan, nosotros tampoco nos debemos considerar la luz del mundo, nosotros somos luz, se nos encarga ser testigos de la luz en medio de la oscuridad, en medio del desierto, en medio de un mundo que no ve o no lo quiere ver, un mundo que va muchas veces desconcertado y a tientas.
Ciertamente, hoy también se puede decir con toda claridad, “entre vosotros está el que no conocéis”, o aquél a quien no queréis conocer, porque nuestra sociedad no sabe reconocer los signos de la presencia del Salvador en nuestra historia.
Los cristianos debemos ser testigos de Cristo en nuestra historia, no nos debemos dejar “domesticar”, ni por los poderosos, ni por las modas, ni por las estadísticas ni los porcentajes. Debemos ser testigos de aquello que quiere Cristo, anunciar su mensaje, y si es necesario, denunciar lo que es contrario a los derechos humanos y al proyecto salvador de Dios.
Els cristians cal que siguem testimonis de Crist en la nostra història, no ens hem de deixar “domesticar” ni pels poderosos ni per les modes ni per les estadístiques ni els percentatges, hem de donar testimoni d’allò que vol Crist, anunciar el seu missatge, i si cal, denunciar el que és contrari als drets humans i al projecte salvador de Déu.
(2 Cr 19,6.7.11)
Los ojos y los corazones se vuelven hacia Mí con interrogantes de angustia, soledad, necesidad, desorientación… y quiero dar respuesta.
Miro al mundo y me vuelvo hacia ti, hombre, para rezarte, para orarte y convocarte, para poner ante ti todas estas realidades, para que veas por mis ojos y sientas con mi corazón.
Necesito tus oídos porque quiero escuchar las historias de Rosario, y devolverle una sonrisa para que sepa que no está sola, que no sobra.
Necesito tus brazos porque quiero dar un abrazo y proteger al niño que mira asustado al mundo que le agrede.
Necesito tus palabras porque quiero saludar y llamar por su nombre a José, el que pide en la puerta del metro y es invisible para los ojos de los que vais corriendo detrás del reloj.
Necesito tus manos porque quiero darle una palmada de ánimo a David, que a pesar de sus recaídas lleva 15 días sin consumir.
Necesito tu trabajo porque quiero meter la mano en el bolsillo y ayudar a María, que trabaja sin parar, y a su marido Manuel que lleva 5 años en paro y tienen tres niños.
Necesito tu corazón porque quiero acoger a Reinaldo, que tuvo que dejar su país porque no tenía futuro y se ha convertido en un sin papeles.
Te necesito a ti porque quiero explicarles a Marta y Juan que a pesar de que no pueden comprarse un piso, yo tengo un mensaje de amor y libertad para ellos.
Te necesito a ti porque quiero acariciar al que no recibe caricias, nombrar al que no tiene nombre, gritar con el olvidado, cantar con el que está alegre y luchar con el que lucha por la justicia.
Necesito que les digas que son el centro de mi Reino.
Te rezo para que seas mis manos, mis ojos, mis oídos y mi boca.
Joaquín Autrán