En aquel tiempo, estaba Juan con dos de sus discípulos y, fijándose en Jesús que pasaba, dice: «Este es el Cordero de Dios». Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús. Jesús se volvió y, al ver que lo seguían, les pregunta: «¡Qué buscáis?». Ellos le contestaron: «Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives?». Él les dijo: «Venid y veréis». Entonces fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día; era como la hora décima. Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron a Juan y siguieron a Jesús; encuentra primero a su hermano Simón y le dice: «Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo)». Y lo llevó a Jesús. Jesús se le quedó mirando y le dijo: «Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas (que se traduce: Pedro)».
Venir y ver, en definitiva ser acogedores y abiertos, coherentes con lo que decimos de palabra, y con el mensaje de aquel que es nuestro modelo: Jesús. Dios, a través de Jesús, sigue llamando a personas que quieran construir una sociedad, un barrio, una comunidad más justa. Y eso se puede hacer no llenándonos de palabras vacías, sino con el testimonio de nuestra vida. Como lo que les sucedió a los dos discípulos: “Rabí, ¿Dónde estás? Jesús los invita a experimentar su estilo de vida, pues muchas veces no hacen falta muchas catequesis o argumentos. Ellos fueron, vieron y el resultado fue que se quedaron con él.
Hoy también podríamos hacer lo mismo, invitar y compartir, hablar lo justo y dar testimonio, convencer más por el estilo de vida que por las palabras. Muchas veces las palabras se olvidan o no se escuchan. Un gesto de acogida, de apoyo, de amistad… vale más que diez mil palabras.
Atiende a mis palabras, hijo mío;
préstales atención.
Jamás las pierdas de vista,
¡grábatelas en la mente!
Ellas dan vida y salud
a todo el que las halla.
Cuida tu mente más que nada en el mundo,
porque es fuente de vida.
Evita el decir cosas falsas;
apártate de la mentira.
Mira siempre adelante,
mira siempre de frente.
Fíjate bien en dónde pones los pies
y pisarás siempre terreno firme.
No te desvíes de tu camino;
evita el andar en malos pasos.
Entonces, los cielos se abrieron y después de un magnifico estruendo, la voz de Dios les dijo: Como-di-dad.
Todos los misioneros se miraban entre sí, sorprendidos y extrañados de escuchar tal término de la propia voz de Dios. El hombre sabio y piadoso pregunto de nuevo: ¿Comodidad Señor? ¿Qué quieres decir con eso?
Dios respondió: La clave para un mundo pleno es: Como di, dad. Es decir, así como yo os di, dad vosotros a vuestro prójimo. Como di, dad vosotros fe; como di, dad vosotros esperanza; como di, dad vosotros caridad; como di, sin límites, sin pensar en nada más que dar, dad vosotros al mundo… y el mundo, será un paraíso.
Sigamos la clave de CÓMO DI, DAD.