Solidaridad basada en hechos reales

30 agosto 2016

Un viaje directo a la inagotable necesidad. Hace un mes y medio los pasos de un ingeniero informático algecireño le llevaron a un orfanato del Cusco (Perú). David Pelayo, de 27 años, no ha querido ser uno más. Dejando atrás una infancia de superación dentro de una familia en riesgo de exclusión social de La Bajadilla y tras comprobar con sus propios ojos la realidad que se vive en Latinoamérica, ha lanzado una campaña de crowdfunding para intentar recaudar 20.000 dólares -unos 17.600 euros- para construir baños de ladrillo, bien climatizados e higiénicos, además de ayudar a cubrir otras necesidades básicas como la alimentación y la electricidad.
 
Junto a su novia, Sonia Figuera (Lleida), Pelayo emprendió un viaje con una escala de voluntariado para conocer el orfanato de Azul Wasi, liderado por Alcides Jordán, ex policía de Cusco. La pobreza y el abandono infantil le llevó a crear el orfanato con apoyo de amistades. Con su aportación personal y la de varias pequeñas ONG del mundo ha conseguido construir lo que ahora es Azul Wasi, un hogar en el que ya hospeda a unos 20 jóvenes.
 
Cuando llegó descubrió un entorno de niños saludables y alegres. El más pequeño tiene 4 años y el mayor 19 y estudia Periodismo. Disponen sólo de una persona que se encarga de la cocina y un profesor. Jordán acude con su esposa los fines de semana. El algecireño rápidamente se percató de las necesidades. “Reciben mucha aportación material, pero poca económica que les permita progresar en infraestructuras”.
 
Figuera es pedagoga y profesora, lo que les aportó una evaluación y atención personalizada. Pelayo como ingeniero informático, con experiencia como docente, se enfundó el mono de trabajo y realizó labores que le llevaron desde a pintar paredes hasta a apoyar en cocina o en educación. No obstante, donde vio que podía marcar algo más la diferencia fue aprovechando sus conocimientos en tecnología para intentar cubrir la brecha tecnológica que sufren. “Solo poseen un par de ordenadores y alguna tablet que le han regalado, dejándolos aislados de la realidad moderna interconectada”, explica.
 
Se puso las pilas y comenzó a grabarlos para hacer un vídeo promocional de una campaña con la que ahora intenta recaudar fondos para poder construir baños. Los que ahora existen son de un material muy viejo y rápidamente degradable. “Las ayudas públicas o gubernamentales son completamente nulas. Y cuando las hay exigen un batallón de requisitos y controles que impiden que los niños posean cierta libertad a la hora de realizar sus tareas”.
 
El principal objetivo de Pelayo es darle visibilidad a la historia de los chicos. Sabe que hay muchas otras organizaciones que se encargan de hacer labores similares y gente que necesita ayuda. Lamenta que en Perú hay mucha corrupción y muchos de estos hogares se dedican a conseguir fondos de voluntarios y corporaciones “para luego llenarse los bolsillos”. La prioridad número uno de la fundación es que los chicos estudien y tengan futuro.
 
El algecireño estudió en el colegio María Auxiliadora. Nació y creció en La Bajadilla en una familia inmersa en un mundo de exclusión y problemas sociales, personales y económicos. “Siempre nos faltó dinero para tener instalación eléctrica en condiciones, nunca llegábamos a final de mes. Hemos pasado hambre, penurias y muchas peleas”. Es el pequeño de tres hermanos. A los 8 años se acercó a un ordenador.
 
La buena educación que recibió en el colegio, siendo Ana Villaescusa una gran influencia en su persona, le permitió decantarse a los 16 años por estudiar Informática. Se tramitó sus propias becas y se fue a Madrid con 17 años a una residencia de estudiantes. “Rápidamente tuve que empezar también a trabajar para poder costearme otras cosas”. Tras becas, esfuerzos y compaginar diferentes trabajos, hoy puede decir que acabó su carrera y desde hace casi siete años trabaja en el sector.
 
Pelayo observa a los pequeños del orfanato y recuerda las dificultades que vivió en su infancia. Todos tienen un patrón en común: sus familias están desestructuradas. Algunos tienen progenitores adictos a algún tipo de droga. Otros han sido explotados para trabajar para sus padres. “La gran mayoría de ellos ha acabado viviendo y durmiendo en la calle durante su infancia, en vez de estar jugando como cualquier niño se merece”. “Cuando veo la mirada profunda de un niño y me cuenta su historia, veo reflejado cómo pude salvar mi futuro y cómo ellos en realidad tienen la oportunidad de tener un futuro como el mío o mejor”, asegura.
 
El antiguo alumno sabe que a pesar de que tengan algún tipo de trauma, “puedes sentir rápidamente como todos tienen muchísimas ganas de vivir. Y es lo que más desean, tener sueños, ilusiones, metas, experimentar, jugar, curiosear, vivir en definitiva”.
 
Ha hecho de esta experiencia de vida, del voluntariado, de sus vivencias, un meta. “Te marca el poder experimentar, venir aquí y conocerlos, porque desde el primer saludo que te dan y te llaman amigo hasta el último momento están deseando descubrir nuevas cosas, preguntan y quieren que te quedes y que estés con ellos. Es una experiencia increíble para cualquier ser humano”.
 

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