Ernest Casaponsa inicia el diálogo con una frase contundente: "En la Iglesia deciden los que no lo viven", aunque añade que su parte de Iglesia, La Salle, "sí lo ha escuchado". Ahora bien, este joven de 30 años afirma que cuando estudias la Iglesia y te das cuenta como está fundamentada a él no le convence la estructura, "una lástima", explica, porque supone "un fragmento muy pequeño de la realidad pero que por desgracia es la que concentra parte de la atención y funcionamiento ".
El cambio por necesidad y no por convicción
De la contradicción entre mensaje y estructura también opina Abril Fabà. Esta joven de 18 años, que no se considera creyente, le sorprende la contradicción que existe "entre los valores de la Iglesia y la estructura eclesial". El grupo expresa rápidamente un ejemplo de esta contradicción que ven muy fácilmente en el papel de la mujer en la Iglesia.
"Por más que hablamos de mujeres no se las invita, por más que hablemos de jóvenes no se nos invita", y si lo hacen, recuerda Ernest, es lo máximo, ya que "lo máximo de la Iglesia es invitar , pero eclesialmente ni las mujeres ni los jóvenes existen ". Ernest termina formulando una pregunta dura: "con todo lo que compro de la Iglesia, que me gusta y me convence, como puede ser que os organizéis así?".
Y es que, para estos jóvenes, "Jesús es un claro defensor de las mujeres", pero en cambio en la Iglesia esto es intraducible. Ernest confiesa que el ambiente de Iglesia siempre lo ha vivido "como un micro clima", como "un micro cosmos que son las congregaciones dentro de la Iglesia", ya que todo va bien hasta que surge una necesidad "que provoca un cambio ".
Es aquí donde Òscar Millán, joven de parroquia en Tarragona, ve uno de los peligros de la Iglesia, "que los cambios se produzcan por necesidad y no por convicción", como en el caso de las mujeres que aparecen "cuando los hombres ya no pueden estar ". Pero quien debería reivindicar esta presencia? "Todos", exclama Òscar, "¡pero el colectivo femenino el primero!".
Surge uno de los casos habituales para hablar del desequilibrio de la mujer dentro de la Iglesia, la visita del Papa a Barcelona donde las mujeres sólo tuvieron un papel destacado en la ceremonia limpiando el altar. "Ciertamente el colectivo femenino en la Iglesia parece estar resignado a esto", afirma Casaponsa, "aunque no es malo, dice mucho más de ellas que del resto de la población, demuestran cómo son capaces de poner -se al servicio, pero dice poco de los demás ".
Ernest aprovecha para recordar que muchas congregaciones femeninas después del Concilio Vaticano II fueron capaces de venderse los conventos y comprarse pisos y acoger niños. "Hay muchas, pero de masculinas nos quedaríamos con los dedos de la mano. La mujer es admirable, inteligente, y han sido capaces de sobreponerse a todo".
"La voz de las parroquias es femenina"
Más esperanzado se muestra el Manuel Olid, del Movimiento Juvenil Salesiano. "Si lees un poco y miras qué cargos está nombrando ahora el Papa Francisco ves a mujeres en los Dicasterios". Olid, a pesar de poner la mirada en el Vaticano también quiere recordar la Iglesia más cercana. "La Iglesia local ya ha hecho este cambio. Si miras los consejos parroquiales, ¿quién es la coordinadora de catequistas? ¿Quién hace la liturgia? La mayoría de los votos en el consejo son femeninos, la voz de las parroquias es femenina". Olid aboga por ser suficientemente valientes para aplaudir esto y confirmarlo. "Si nos quedamos sólo en el tópico de la estructura ¡nos perdemos un montón de cosas buenas de la Iglesia!".
Si la Iglesia local, la de base, ya tiene presencia femenina, ¿cómo es que la jerarquía y la Iglesia de las altas esferas no lo muestra? ¿Es una cuestión puramente de escenografía? Para Ernest, vivimos en un mundo de imagen, y la Iglesia "no está a este nivel, no está haciendo el esfuerzo de entender que lo que muestran es lo que se ve y no lo que escriben". La fe para él no es complicada, en cambio "la transmitimos a unos niveles de teología a través de documentos teológicos que asustan".
Gisela Pruna, supernumeraria del Opus Dei, tiene claro que la Iglesia se ha de modernizar pero que esto no implica un cambio en el mensaje. "Hay cosas que no cambiarán, que son puntales de nuestra fe". Para ella el problema radica no sólo en una falta de adaptación sino en no haber comprendido de verdad el Evangelio. "Cuando murió Jesús allí estaban las mujeres, tal vez en este mundo no brillante y nuestro papel es pasar más ocultas".
Lo que sí es esencial para ella es vivir la fe acompañada y no quedarse sólo con la asistencia a misa los domingos. "¿Sólo con veinte minutos de homilía se sustenta tu fe?", Se ha interrogado. Para Manu, la fe debe ser transmitida, y ve evidente "que una parroquia sin jóvenes no llama a jóvenes". Aquí se plantea otra debilidad de la Iglesia, la territorialidad que impera.
El peligro de la territorialidad y la marca
Cuando un joven se va a otra parroquia donde hay más jóvenes porque en la suya no hay el cura se enfada". Y lo mismo ocurre a nivel más macro, en las instituciones y congregaciones, que aún impera demasiado "la marca". Ernest pone de relieve que "cuando defendemos demasiado la marca se pierde de vista que todos somos cristianos", y este obstáculo los jóvenes ni lo tienen. "Voces jóvenes de diferentes movimientos que se avienen y se juntan, esto es la Iglesia".
También uno de los retos importantes como Iglesia es "hacer pedagogía del lenguaje empleado". Héctor Ganivet, del obispado de Sant Feliu de Llobregat, reconoce que "cuando experimento la fe la vivo con mucha intensidad pero cuando me escucho sueno tan sectario …", Gavinet explica que los jóvenes cristianos se encuentran a menudo "como en un campo de minas, donde tienes que ir esquivando conceptos que sabes que hacen saltar las alarmas y crean muros y bloquean el discurso ".
Lo que los seis tienen claro es que hay que seguir apostando por una Iglesia abierta, donde, según el Abril Fabà, "tenga cabida gente que años atrás quizás no se sentía identificada y que forman parte de nuevas realidades sociales". También apuestan por una Iglesia sin coordenadas, que no juzgue al otro y que favorezca el encuentro. "Cuando juzgamos a nuestro hermano no estamos entendiendo que somos Iglesia", afirma Manu.