Partió con la familia de Italia a Argentina en busca de una vida mejor. En la tierra soñada por Don Bosco descubrió su vocación salesiana, vivida en un servicio apasionado, competente y lleno de amor por los enfermos.
Sus casi 50 años vividos en Viedma expresan la historia de un religioso ejemplar, puntual en el cumplimiento de sus deberes comunitarios y dedicado totalmente al servicio de los necesitados.
Lo que dio profundidad a esto, y que de inmediato impactaba a quienes lo encontraban, fue la figura interior de Artemide Zatti, la de discípulo del Señor que vivió en cada momento de su consagración en constante unión con Dios y en la fraternidad evangélica. El parecer de los médicos que estuvieron cercano a él durante mucho tiempo, en momentos profesionalmente delicados como las largas operaciones; desde las valoraciones de colaboradores y cooperadores; en las palabras de funcionarios públicos, como desde el testimonio de los hermanos, surge una figura completa, también por aquel equilibrio salesiano por el cual las distintas dimensiones se unen en una personalidad armoniosa, unificada y serena, abierta al misterio de Dios vivido en lo cotidiano.
Es admirable que, con las difíciles tareas que realizaba, Artemide Zatti nunca perdió el sentido comunitario, sino que siempre participó y disfrutó de la oración cotidiana, de los momentos de fraternidad en la mesa y de las ocasiones de compartir la alegría de la familia, que en él se manifestaba de una manera especial. La comunidad salesiana era para él lugar de la experiencia de Dios y de fraternidad evangélica.