El siglo XIX tocaba a su fin y con él, los últimos momentos de San Juan Bosco. Siete años antes de la muerte del patrón de la Formación Profesional, de los jóvenes o del cine -entre otros-, pedía a sus hermanos salesianos que fundaran presencias en España. Y con poco más que una leve maleta, una medalla de María Auxiliadora y las ganas de dar educación a miles de niños necesitados de cariño y valores, emprendieron su camino desde Turín a Utrera, donde en 1881 Francisco Atzeni y el joven clérigo, a la postre cuarto sucesor de Don Bosco, Pedro Ricaldone, entre otros, erigieran la primera casa salesiana de España, la Casa Madre.
Apenas once años después, en 1892, los mismos que exitosamente se asentaron en pleno Bajo Guadalquivir, deciden abrir las puertas de la primera casa salesiana de la capital hispalense, en el antiguo convento de los Trinitarios Calzados. Era el 24 de julio de 1892, bajo un calor asfixiante y en una zona donde los muchachos campaban a sus anchas organizados en bandas que sembraban el terror entre propios y extraños.
125 años después, los Salesianos de la Santísima Trinidad se preparan para una gran efeméride, la que celebra la primera vez que los seguidores de Don Bosco abrieron sus puertas a la ciudad de Sevilla. Pero, ¿cómo fueron los inicios?
Emilio Ramírez, historiador del arte y profesor del centro concertado vinculado a la casa desde 1972, cuenta que la infanta María Luisa Fernanda de Borbón, entre otras personalidades de la época, veían necesario «acercar las Escuelas Profesionales que la aún joven congregación de los Salesianos de Don Bosco (SDB) ya habían desarrollado en Italia, Francia o Argentina». La propia infanta, junto al gran Pedro Ricaldone, adecentó, limpió y preparó el antiguo convento de la Trinidad «para que los salesianos por fin se instalaran en la ciudad». De hecho, el citado convento, que quedó en situación ruinosa tras las desamortizaciones, y que fue recuperado como cuartel, primero, y como seminario diocesano después, es el elegido, y no de forma aleatoria.
La duquesa de Montpensier habló entonces con el arzobispo de Sevilla, Sanz y Forés, para que aceptara un trueque que a la postre sería clave para el desarrollo social de la zona: la misma cedía su Palacio de San Telmo para que el seminario que se encontraba en el convento quedara expedito para los salesianos, en una especie de trueque que desde Palacio no vieron con malos ojos.
La zona de la Trinidad, Ronda Histórica y Puerta del Sol tenía una población muy pobre, con tasas de analfabetismo muy elevadas y con una infancia y juventud desatendidas; y “en el caso concreto de de los jóvenes, agrupados en bandas organizadas, que día sí y día también, rompían las farolas de gas de las calles, o se enzarzaban en peleas y altercados con bandas de otros barrios como la Macarena o Puerta Osario”, afirma Ramírez.
Ramírez deja un perfil que clamaba a gritos un cambio: analfabetos, muy pobres de condición, muy callejeados, desconfiados y sin perspectiva de futuro. De hecho, «Atzeni les llamaba ‘scamiciati’ (descamisados), pues era normal verlos por las calles descalzos y sin ropa en la parte superior del cuerpo».
El destino comienza a cambiar un 24 de julio de 1892, cuando comienzan las actividades del llamado Oratorio Festivo de la Trinidad. Aquel humilde edificio junto al portal del convento, abría sus puertas con la presencia de don Matías Buil y los jóvenes salesianos Juan Domínguez y Pedro Ricaldone.
Pedro Ricaldone, visto en la época como la fiel imagen de Don Bosco en Sevilla, dejó por escrito que al principio, «sólo uno de aquellos jóvenes alborotadores y vivarachos mozuelos, se vino tras mi llamada», pero al cabo de la media hora de abrir las puertas por primera vez y gracias a las medallitas brillantes de María Auxiliadora, hizo tornar la desconfianza y el miedo en alegría, juegos y educación. En media hora ya eran 37 y al finalizar el año, más de de un centenar.