Rubén Ponce, sdb.
El día 8 de septiembre, en Genzano di Roma (Italia), concluí mi año de noviciado; ¿de qué forma?, diciendo “Sí” a Dios para servirlo en los jóvenes más pobres como Salesiano de Don Bosco. Parecía mentira que, después de dos años desde que toda esta aventura comenzó, pudiese decir que era, por fin, salesiano.
La celebración fue emocionante, intensa y profunda de principio a fin. Ver a todos mis compañeros, antes de empezar, emocionados por el paso que estaban dando, me llenaba el corazón de alegría. Después de compartir tanto, había llegado el momento que habíamos soñado. Creo que no olvidaré nunca las palabras que nos dedicó Don Stefano Martoglio, Regional de la Región Mediterránea, y el abrazo que nos dio justo después de profesar como salesianos, como signo de que nos acogía en la gran Familia Salesiana, en la Sociedad de San Francisco de Sales. ¿Y qué pasó después de la Eucaristía? La fiesta estalló, aún me emociono al pensar en las felicitaciones y los agradecimientos de tantas personas (animadores, cooperadores, antiguos alumnos, amigos…) con las que he compartido tantas cosas y que valoraban mi entrega a Dios como un gran don para todos. ¡Increíble! ¿Y después de la fiesta? La línea de salida para una vida que me quiere ver siendo, paso a paso, y con la ayuda de mis hermanos y de toda la Familia Salesiana, signo y portador del Amor de Dios a los jóvenes. ¡Vamos!