Francisco José Perez Camacho, Coordinador Inspectorial de Animación Vocacional
Tradicionalmente consideramos el mes de noviembre como el mes dedicado al recuerdo y la oración por los difuntos. Ciertamente, ante la realidad de la muerte todos nos sentimos un poco desconcertados y desorientados. La muerte de seres queridos, siempre nos interroga sobre nuestra propia muerte, pero también nos obliga a preguntarnos: ¿que estoy haciendo de mi vida?, ¿cómo estoy viviendo la vida? ¿Cómo estoy aprovechando este gran don recibido gratis por el creador a través de mis padres?
La vida la hemos recibido para darla, no para conservarla como se esconde de manera cicatera un bien preciado para que a nadie se le ocurra apropiárselo. La vida tiene sentido cuando se da, cuando se entrega, cuando se derrama generosamente por alguien. Reservarse la vida, el tiempo, los bienes, únicamente para disfrutarlo individualmente lleva a desarrollar un estado anodino, triste, estéril. Aquí está el sentido de la vida. Muchos lo han entendido, no tenemos que mirar más que a algunos miembros de nuestra familia o de gente que conocemos y las vemos contentas y felices. Indaga en sus vidas. ¿Son así porque no tienen problemas? Te darás cuenta que tienen muchos, quizás más que tú, pero han entendido que la vida es para gastarla con alegría por los otros. Vivir para los otros, eso es lo que nos hace felices. Preocuparse y ocuparse en el bienestar de aquellas personas, a las que le he dejado hueco en mi corazón. El sentido de la vida está en tener un “para quien” vivir. Quien no encuentra esto vaga por la vida, viviendo sin vivir como “muerto en vida”, tirando la vida pero no entregándola.
Es posible que vivas tranquilo centrado en tus estudios, en tu trabajo, en tus cosas, es posible que seas muy buena persona, que cumplas con tu deber, con tus obligaciones, que te lleves bien con la gente. Pero sientes que “algo te falta”. Te falta poner el corazón en alguien que te quite “tu tiempo”, “tu tranquilidad”, “tu comodidad” y tu decidas entregárselo todo. Cuando un proyecto o un grupo de personas te apasiona y a él te entregas generosamente, entonces estas cerca de encontrar la felicidad, estas cerca de Dios, porque el proyecto de Jesús es ese “amar sin medida generosamente y sin límites”. Esta es la propuesta de Jesús y así lo vivió Don Bosco, Domingo Savio, Carlos Acutis y muchos más. Así quiero vivir.