«Entonces dijo Jesús a sus discípulos: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque quien quiera salvar su vida la perderá, pero quien pierda su vida por mí, la encontrará”» (Mt 16,24-25)
Hemos entrado en la Cuaresma; un tiempo para pararse, recapacitar, convertirse. Conversión es deshacer el camino, el mal camino, ese equivocado que no me lleva a donde quiero ir, y tomar el camino correcto. En realidad, la con- versión es un proceso continuo durante toda la vida. Siempre hemos de estar
volviendo a Jesucristo, el Señor.
Pero, ¡qué paradójica es la condición del discípulo del Señor!: «Si alguno qui- ere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame». La cruz es sinónimo de dolor, de muerte, de pasión. ¿Por qué cargar con ella? ¿Acaso hay que desearla y buscarla? No; Jesús no la buscó; tampoco el cristiano. La fidelidad en cumplir el proyecto del Padre -la construcción del Reino- lo llevó a ella.
A veces la cruz aparece cuando el anuncio del evangelio o mi vida cristiana choca contra valores antievangélicos. O cuando la fidelidad exige luchar contra la tentación de la mediocridad, de mirar a otro lado. Entonces aparece el mandato imperativo de Jesús: toma tu cruz y sígueme. Él tiene la prioridad absoluta.
No podemos rehuir el precio de la cruz. No hay seguimiento sin la cruz. Te invito a meditar esta realidad en este tiempo privilegiado.
Pero allí donde parece triunfar la muerte, surge la Vida. Y al alba del domingo de resurrección, las mujeres descubrirán que la muerte no pudo contener al Autor de la vida y que la cruz tampoco tuvo la última palabra: «Porque quien quiera salvar su vida la perderá, pero quien pierda su vida por mí, la encontrará»
¡Buena Cuaresma!