Yo respondí: “¿Quién eres, Señor?” Y me dijo el Señor: “Yo soy Jesús a quien tú persigues. Pero levántate, y ponte en pie; pues me he aparecido a ti para constituirte servidor y testigo tanto de las cosas que de mí has visto como de las que te manifestaré. Yo te libraré de tu pueblo y de los gentiles, a los cuales yo te envío, para que les abras los ojos; para que se conviertan de las tinieblas a la luz» (Hch 26,15-18a)
Durante este tiempo de confinamiento, coincidente con el tiempo pascual, he- mos podido seguir en la liturgia la lectura ininterrumpida del libro de los hechos de los Apóstoles. Esta segunda parte de la obra lucana narra la expansión de la Iglesia en los primeros tiempos. Entre sus protagonistas, destaca la figura de Pablo, Saulo, el judío perseguidor que se convierte en apóstol perseguido.
De su conversión, narraciones tenemos varias en la obra. Esta del capítulo 26 es de boca del propio Pablo. Está en un momento particular de su vida; lleva ya años viajando y anunciando el evangelio; ha sufrido persecuciones, prisión, castigos…, mil y una penurias por Cristo. A la luz de esta vida, entregada a su misión
evangelizadora, relee su encuentro con Él.
Y Pablo tiene la certeza -y así lo proclama- de que en su vida todo ha sido iniciativa de Jesucristo, Aquel a quien Él perseguía. Pablo ha sido llamado por Cristo; ha sido constituido testigo de sus maravillas ante los demás; ha sido librado en numerosas ocasiones por el Señor para que siguiera anunciando su palabra a judíos y gentiles… En definitiva, Pablo se sabe instrumento en manos de Dios para evangelizar.
¿Por qué no relees tu historia personal como hizo Pablo? ¿Encuentras también en ella huellas de la presencia de Dios? Seguramente descubrirás que también tú has sido escogido para dar testimonio con tu vida del evangelio de Jesucristo. ¡No tengas miedo!