Por: Rafael Mª Heredia, Comisión Inspectorial de Centros Juveniles y Oratorios
Quedaron atrás los años 80 y su modelo de centro juvenil centrado en el ocio y tiempo libre como lugar de reunión para jugar, charlar, descansar, encontrar su propia identidad, que les diferenciara del mundo adulto. Era zona libre de padres y madres.
Pero los tiempos cambian y las estructuras evolucionan. El contexto sociocultural en el que viven los jóvenes ha cambiado, y con ello, aparecen nuevas sensibilidades y urgencias: ecología integral, justicia social global, el fenómeno de la postverdad, el consumo sostenible, el “patio” digital, la importancia de la familia, la multiculturalidad, etc.
D. Bosco intuyó que el oratorio era una herramienta muy idónea para insertar a los jóvenes, sobre todo los más desfavorecidos, en la sociedad de su tiempo, enfrentándose a la cultura del descarte. Confiaba plenamente que la fe daba felicidad y plenitud a aquellos que todo lo habían perdido.
Hoy nos enfrentamos a ese reto: crear foros de participación y diálogo entre los jóvenes que llegan a nuestros centros juveniles, darles voz en instituciones públicas y privadas donde se puede empezar a ejercer el cambio social (política, participación ciudadana, mundo empresarial, etc.)
El pasado 5 de diciembre se celebró el Día internacional del Voluntariado. Esta dimensión altruista no puede desaparecer de nuestras casas y centros juveniles. El voluntariado es el motor que pone en marcha el funcionamiento de nuestros oratorios y centros juveniles, es algo que transforma a la persona que lo ejerce y la persona destinataria de esa acción; por este motivo debemos estudiar la forma de cuidar a los miles de voluntarios y voluntarias que cada fin de semana provocan que se llenen nuestros patios de chicos, chicas, adolescentes y jóvenes. Pero el voluntariado juvenil no puede quedar sólo en acciones puntuales para consumir tiempos y espacios. Hemos de desarrollar políticas en nuestras obras que hagan florecer todo el poder y la calidad de nuestros destinatarios y que se desarrollen programas que favorezcan la integración y participación activa.
Me refiero que tenemos que favorecer la comunicación y gestión transparente, elaboración de discursos políticos sobre los intereses que hoy los jóvenes demandan, participación juvenil real en nuestras estructuras de manera gradual y responsable, fortalecer el voluntariado difundiendo e implementando el programa de reconocimiento de competencias del voluntariado juvenil “RECONOCE” en nuestras obras para favorecer la empleabilidad juvenil, participar en programas e iniciativas en red con estructuras fuera de nuestra realidad local para abrir mentes y corazones…
Para todo ello, es fundamental ofrecer planes de formación integral que partan de la realidad del propio joven y que les ofrezcan experiencias significativas que les ayuden a crecer con la vista puesta en el horizonte y los pies en el suelo. Y por otro lado animadores, testigos que acompañen en el camino, como Jesús acompañó a los discípulos de Emaús: conocer la realidad, iluminarla con la Palabra, celebrar con alegría su presencia y salir corriendo a anunciar y transformar la realidad para construir el Reino de Dios: amor, justicia y paz para todos.