Por Jorge Juan Reyes,
Pablo nació en la hermosa ciudad de Córdoba, el año bisiesto de 1984, en el seno de una familia de sanitarios. Su padre es médico y su madre enfermera. Al poco tiempo de nacer, su familia se trasladó a Sevilla. Es el más pequeño de cuatro hermanos. Todos varones. Entró en el Colegio del Claret donde hizo la Educación Primaria, la ESO y el Bachillerato. Guarda de estos años un gran recuerdo y muchas inolvidables experiencias. Es Licenciado en Medicina. Confirmó su vocación a través de una experiencia de voluntariado en México.
Actualmente es el Director del Servicio de Asistencia Religiosa de la Universidad de Sevilla. Se siente feliz siendo sacerdote y trabajando con la tarea que en estos momentos el obispo le ha encomendado.
VyS: Pablo, ¿cuántos años llevas como sacerdote y cómo te encuentras?
P: Fui ordenado hace 6 años y me encuentro muy agradecido a Dios por haberme llamado a esta vocación, y feliz.
VyS: ¿Cómo fue eso de cambiar la medicina por el sacerdocio?
P: Yo ya me planteaba el sacerdocio desde pequeño, pero los miedos, las dudas, lo que me ofrecía el mundo (y el consejo de mis padres acerca de que primero estudiara una carrera)… hicieron que al final me decidiera por la Medicina, que me venía de casta. Fue durante la carrera, profundizando en mi fe en un grupo juvenil franciscano y, sobre todo, gracias a la invitación de una claretiana de vivir una experiencia en México el verano del MIR (cuando uno acaba la carrera de medicina tiene que estudiar este examen para escoger especialidad), lo que me hizo descubrir la grandeza de vivir hablando con Dios y hablando de Dios, de compartir los momentos más importantes de la vida de los demás, aquellos que el Señor por el ministerio recibido ha convertido en tu familia (bodas, bautizos, comuniones, enfermedades, defunciones, problemas, alegrías…), y que en el mundo había mucha hambre de Dios, más que de otras cosas que nos pueden parecer más fundamentales.
VyS: ¿Cómo recibieron tus padres y tus hermanos la noticia de tu ingreso en el seminario?
P: Mi madre y mis hermanos la recibieron bien. Mi padre no. Vengo de una familia de médicos: mi abuelo, mis tíos, mis primos, mi padre… Y el único de los hermanos que ha estudiado medicina soy yo, el pequeño. Era el “elegido” para continuar la saga familiar. Durante los dos primeros años de seminario se opuso firmemente, pero luego, poco a poco, me veía alegre, feliz, y ahora está muy orgulloso de tener un hijo sacerdote.
VyS: ¿Has tenido alguna dificultad en tu proceso vocacional? ¿Cómo las has ido superando?
P: Al principio están las típicas dudas: ¿se puede ser feliz sin casarse y tener hijos? ¿serán muy “raritos” los seminaristas y cortados todos por el mismo patrón? Y cuando por fin comencé a ir al seminario, encontré chicos, cada uno con su historia de amor personal con Dios, pero enamorados y llenos de ganas de entregarse por completo. También al principio se echan de menos las quedadas con los amigos porque vives interno, pero con buena voluntad se conservan y se fortalecen esas amistades.
Ahora, en mi vida sacerdotal, a veces la ausencia de frutos visibles o los que a nosotros nos gustaría cosechar, pueden desalentar… Pero el Señor siempre tiene la Palabra oportuna (el grano de mostaza, la invitación a remar mar adentro, o la súplica del padre a Jesús: “Creo, Señor, pero aumenta mi fe”). Fundamentalmente las supero por medio de la oración y la dirección espiritual.
VyS: ¿Qué ha aportado el ministerio sacerdotal a tu persona?
P: Plenitud.
VyS: ¿Cómo ves tú a los jóvenes hoy?
P: Por supuesto, hay de todo. A los que vienen por el SARUS y a las actividades de la Pastoral Universitaria, los veo en búsqueda, idealistas, valientes y con muchas ganas de fundamentar bien la fe, porque son conscientes de que el mundo les exige dar razones de la misma, y se esfuerzan y encomiendan para ser coherentes, porque tienen plena conciencia de que el testimonio es uno de los pilares más potentes hoy día para evangelizar.
VyS: ¿Conoces a algún chico o chica que se está planteando la vocación? ¿Qué le dirías?
P: Plantearse la llamada que Dios nos hace a cada uno, sea al matrimonio, a la vida religiosa o sacerdotal, o a algún otro estado de vida, es algo muy importante. Por ello, le recomendaría que lo hablase con un acompañante espiritual, una persona con gran experiencia de Dios con quien confiarse y que le ayudara a comprender lo que el Señor quiere de cada uno. También le invitaría a afrontarlo con ilusión, con mucha honestidad, y sobre todo con confianza, pero siempre desde la oración. Nos han dicho que Dios es Padre… ¡y es que es verdad! Y como Padre que nos ama, nos toma en serio, no va a marearnos (aunque alguno opine lo contrario), sino que se toma en serio nuestras vidas para que no las vivamos con mediocridad. Por eso, ya que nos conoce tan bien, le recomendaría no tener miedo a dar el salto de la fe y, como María, decir “hágase”.