Manuel nació en la villa de Madrid, en el año 1980. Hijo único. Perdió a sus padres siendo joven. Esta experiencia marcó su corazón, aunque encontró en sus amigos una verdadera familia, que lo acompaña desde hace más de 20 años.
Estudió en los Salesianos de Atocha, para posteriormente licenciarse en ingeniería industrial. Le gusta leer, pasear por Madrid, la poesía y el teatro. Tras años de buscar cómo vivir la fe, un retiro con los monjes benedictinos y una experiencia de voluntariado misionero en la República Dominicana, fueron claves para plantearse la posibilidad de ser religioso.
Hizo el noviciado en Granada, profesando como salesiano el 16 de agosto de 2012. Y la profesión perpetua en el año 2018. Tras concluir su formación inicial marchó a Filipinas-Malasia.
Se siente contento de ser salesiano. Cree que la opción hecha merece la pena.
VyS: Manuel, ¿dónde te encuentras en estos momentos y qué estás haciendo?
M: Ahora estoy en Barcelona. En la obra de Martí Codolar ha empezado, este curso, la andadura de una casa de formación salesiana, donde me han pedido que me una como formador. Corresponde a la última etapa de la formación inicial, y está especialmente pensada para los salesianos coadjutores; es decir, para los salesianos que, sin miras a ser sacerdotes, completan su formación teológica y pastoral.
VyS: ¿Por qué salesiano coadjutor?
M: El deseo de Don Bosco fue el de crear una familia grande y cuando decidió fundar la congregación salesiana, quiso que todos, laicos y sacerdotes, pudiéramos seguir el estilo de vida religiosa. Ser coadjutor significa apostar por la vida religiosa, la fraternidad y la entrega total a los jóvenes. Y lo puedo vivir de manera plena sin sentirme, por ello, llamado al sacerdocio. Me acerca a la escuela y al trabajo encarnando a mi manera la figura del Buen Pastor, que es el modelo que inspiró a Don Bosco a la hora de amar y educar a los jóvenes.
VyS: ¿Cómo descubriste que Dios te llamaba a ser salesiano?¿Tuviste alguna dificultad? ¿Cómo la superaste?
M: Cuando pensé en la vida religiosa, caí en la cuenta de que los salesianos me habían enseñado una forma de educar y de vivir la fe, que me habían mostrado un “estilo” que yo podía seguir. Estos primeros años han sido preciosos y he vivido muchas experiencias. No puedo decir que haya tenido dificultades serias. Al contrario, he tenido mucha suerte. Puedo sentirme bendecido incluso en algunos momentos que me costó entender más.
VyS: ¿Qué ha aportado a tu vida las experiencias misioneras en América y en Asia?
M: Me ha ayudado a saber descubrir a Dios en la sencillez, en tantas personas buenas. Me doy cuenta, además, de que no podemos mantener un discurso local, que hay muchas barreras que derribar y que no tenemos derecho a mirarnos el ombligo. En Europa queremos seguir teniendo la respuesta para los problemas que a veces creamos nosotros.
VyS: ¿Qué es lo que más admiras de Don Bosco?
M: Admiro al Don Bosco que, con sesenta años, descubrió todo lo que podrían hacer “sus salesianos” y se dedicó hasta el límite de sus fuerzas a hacerlo posible. Sabía que era posible algo mucho mayor que un Oratorio grande y vio que en esa oportunidad Dios le pedía algo muy hermoso, aunque con muchos sacrificios. Creo que ese celo de Don Bosco anima a tener un corazón muy generoso pero también a sentirnos muy cerca de Dios para que de verdad los jóvenes encuentren lo que se merecen.
VyS: ¿Conoces algún joven que esté planteándose su vocación? ¿Qué le dirías?
M: Hay un joven ahora en el Noviciado que conocí durante mi tirocinio. Antes de marchar, le dije que no fuera “a ver qué quiere Dios”, como si la confirmación viniera de fuera. Que responda a su noble deseo, que ya Dios se servirá de lo ordinario, de otros hermanos, de los jóvenes… para hablar claro desde el propio corazón. A veces tenemos miedo de dar pasos atrás, de que nos cierren puertas. Sólo apostando de verdad por aquello que sentimos que viene de Dios hace que la vida merezca la pena.
Muchas gracias