Cada día estoy más convencido de esta afirmación. Cuanto más tiempo pasa más me reafirmo en el convencimiento de que la vocación es la clave de la felicidad plena. Hay gente que va dando tumbos, de vivencia en vivencia, de acá para allá dejándose escapar la vida por entre los dedos. Es esa sensación de que la vida te la están viviendo otros. Como si alguien hubiera puesto una música y uno estuviera obligado a bailar el baile que otros le marcan, no el que uno quiere.
¡Cuánta tristeza genera este tipo de vida! ¡Cuánta desazón! ¡Cuánto desasosiego! Es un barco a la deriva. Dice Fernando Pessoa en su obra “El Libro del Desasosiego” que los hombres y mujeres de su generación son como un barco navegando sin un puerto al que llegar. Pero, ¿cómo se puede vivir así? Sin un objetivo, sin una meta, sin un puerto al que dirigirse. ¿Cómo se puede vivir chapoteando en el mar inmenso de la vida sin otro objetivo que seguir chapoteando para no hundirse?
Estas y otras preguntas son las que me surgen cuando me encuentro con personas sin rumbo, que se viven desde la indiferencia y que no quieren ni tan siquiera pensar que su vida puede tener un por qué y un para qué. Y me gustaría decirles que hay una meta y es de verdad; que están llamados a vivir una vocación maravillosa que nadie nunca vivirá si no la viven ellos; que esa vocación es a la Vida (con mayúscula) y que viene de Otro (también con mayúscula); y que sólo merecerá la pena la travesía si, finalmente, consiguen llegar al Puerto seguro que es Dios. El oleaje, las tempestades y los maremotos de la vida sólo tendrán sentido en un Dios que siempre está ahí para reparar nuestro maltrecho barco, que siempre nos espera y que siempre nos acogerá con los brazos abiertos.
Feliz curso a todos amigos.