Familia Díez Mattes
Mi primer encuentro con María fue a los 14 años, durante una breve estancia con una familia francesa que me llevó a un peregrinaje mariano. Allí sentí que me gustaba mirarla en silencio y rezarle el Rosario. En términos humanos equivaldría a un primer «flechazo». Pero como en todo «enamoramiento», tiene que haber en una relación sus momentos de mayor intensidad y sus momentos bajos; de mayor acercamiento y también de distanciamiento, hasta que llega a consolidarse este amor. ¡ Y allí es donde aparece ADMA Familias!
Esta devoción a María Santísima se vuelve más madura y profunda cuando conozco ADMA Familias. Y tengo claro que no he sido yo, si no Ella, quien después de un «silencio» de más de 30 años, ya en mi edad adulta, me lleva de su mano a conocer ADMA Familias, gracias y a través de unas mamás del colegio Salesiano de mis hijos.
El tiempo es relativo, y Dios tiene su propio tiempo, así que 30 años nuestros pueden pasar como un día para el Señor, y en cambio 3 días pueden durar y marcar para toda una vida.
Es así cómo me pareció el primer encuentro que hice el año pasado en las I Jornadas de Espiritualidad de ADMA para familias. Fueron 3 días intensos de convivencia, de formación, de adoración, de celeración de la Eucaristía y ¡también festiva! Con gente muy distinta, algunos casados, otros no, algunos con hijos, otros no, algunos consagrados, otros no…, però 3 días intensos que me llenaron más,espiritualmente, que 30 años juntos.
El primer año es la novedad, y repetí con ilusión este año, esta segunda vez con mi família al completo, pues el año anterior no pudieron assistir los dos hijos mayores.
No tengo una família ejemplar, ni perfecta, pero la amo: mi marido al que conozco hace más de 20 años, dos hijos mayores entrando en la juventud y otra hija en la adolescencia. Somos una família con sus desavenencias normales, con sus sufrimientos y preocupaciones cuotidianas, pero también con sus momentos de gozo, sus momentos de alegría, únicos y maravillosos. En ADMA Familias también me siento así, com en casa, muy parecido a mi propia família. Por eso no dudé en repetir esta bonita experiencia por segunda vez consecutiva.
En casa soy yo la que me gusta más acercarme a Jesús, adorarle en su presencia Eucarística y acudir a misa los domingos. Pero este año el Señor me regaló la posibilidad de que fuéramos todos juntos y aproveché la oportunidad.
Pero tampoco a veces nuestros planes coinciden con Su Plan. Y pronto mi alegría de ver a mi familia unida que me acompañaba se convirtió en una «carga» y una «cruz» para mí. Mis dos hijos mayores, que venían obligados, me pusieron malas caras al principio, se mantuvieron distantes al resto del grupo y cerrados en sí mismos.
La fe es un don, me di cuenta enseguida, hablando con el grupo de los que asistían como yo a las II Jornadas. No tenía que imponerla, porque mi empeño en conseguirlo los hacía alejarse aún más. Así que, bien aconsejada por el grupo, por mi marido y ¡por María del Buen Consejo!, dejé que mis hijos mayores se unieran o no con toda libertad a nosotros, en determinados y puntuales momentos: en las comidas, en las «buenas noches», en una oración y alguna dinámica. El resto del día mi marido se los llevaba de paseo y visitaban los alrededores.
El Espíritu de Dios sopla dónde y cuándo quiere, así que quiero pensar que Dios tendrá otro Plan diferente al que yo pueda imaginar.
Los últimos días ya pude gozar de ver a mis hijos mucho más sociables, compartiendo algún momento de juegos con otros chicos/as, hablando con los monitores/as y ya estuvimos más relajados.
En cambio mi mayor sorpresa fue con mi marido: él, que por el momento no vive la fe como yo, ni siente la necesidad de alimentarse de este don, me estaba regalando un proceso de acercamiento a todo lo espiritual muy tímido e incipiente,pero que yo lo he vivido con mucho gozo interno. Ha accedido, con sumo agrado, por segundo año consecutivo, acompañarme a estas jornadas; se relaciona con toda la gente con naturalidad y se siente con libertad para acercarse y unirse puntualmente a las celebraciones e incluso a alguna reunión de grupo.
Es un hecho distintivo de la Familia Salesiana el acoger al otro, y des de la libertad acoger a Dios. Como Don Bosco hacía con los jóvenes alejados de Dios que veía deambulando por las calles de Turín. Y como él, saber ser paciente, tratar al otro con ternura, y saber esperar en el Señor, podría ser la conclusión de mi experiencia personal.