«Predicar solo con la palabra hoy no existe»

8 abril 2015

El arzobispo de Montevideo es afable, campechano y jovial. En esta entrevista habla de la Iglesia y las materias que la atañen. Contesta sin peros sobre todos los temas, aún aquellos más controvertidos que ya ha tocado decenas de veces; entiende que es parte de su rol, un rol que suma cada vez más responsabilidades. Apenas comenzado el 2015, el Papa Francisco anunció su listado de nuevos cardenales y entre ellos, por segunda vez en la historia, se coló un uruguayo.

Para el cardenal, la comunicación no es solo un tema de contenido, sino también de forma, lo que constituye uno de los problemas de la Iglesia. "Creo que usa un lenguaje que es para iniciados y no para todos, en especial niños y jóvenes. Si el mensaje que transmites es largo, usas palabras difíciles ellos desconectan. Lo que antiguamente hacía la Iglesia, con gente que predicaba y convocaba solo con la palabra, no existe". En entender eso, cree, radica la ola de simpatía que ha despertado el Papa Francisco. El discurso del pontífice ha revelado, además, esperanzadores signos de apertura en una institución que se ha caracterizado más bien por su dogmatismo.

—El mundo se mueve rápidamente, el modelo de familia se revolucionó en el último siglo: hoy hay hogares monoparentales, matrimonios homosexuales, familias ensambladas, mujeres que deciden tener hijos solas por métodos de reproducción asistida. ¿Puede la Iglesia acompañar esto sin renunciar a sus bases?
—Esa es la palabra clave: acompañar. La Iglesia tiene que acompañar toda situación humana, sea cual sea. Otra cosa es que avale o promueva todo tipo de relación entre los seres humanos. Nosotros creemos en un plan de Dios donde el hombre encuentra su felicidad y su realización, y en lo familiar es con pareja de varón y mujer, con sus hijos. A las otras situaciones la Iglesia las tiene que acoger, con la conciencia de que son todos son seres humanos. Por ejemplo: un bebé de probeta. La Iglesia podrá no estar de acuerdo con que un niño haya sido engendrado no en un acto de amor sino en un laboratorio, pero ese niño tiene obviamente toda la absoluta dignidad humana, es un hijo de Dios.


—Que la Iglesia acepte estas realidades es también una cuestión de supervivencia…
—No, yo creo que no. Entiendo lo que decís. Pero no es que la Iglesia busque sobrevivir, porque no es un fin en sí misma. En ese caso, perdería su sentido. La Iglesia no necesita sobrevivir por ella, sino para mantener viva la memoria de Jesucristo, que es su razón de ser. Obviamente, hay que estar atentos a los signos de los tiempos. Si yo hablo ahora de la misma manera que lo hacía en la época de los romanos, me quedé en el pasado. El lenguaje, los modos, el estilo, la comprensión de la situación humana, eso se adapta. Pero el mensaje no, porque el que no cambia es Jesucristo.


—Usted perdió a sus padres muy temprano, a un hermano joven y hace poco a una hermana. ¿Nunca se enoja con Dios?
—Claaaaro (se ríe). Pero bueno… uno se enoja con sus padres a veces, es parte de una realidad de amor. Con mis hermanos hemos discutido mucho, peleado, pero nunca nos dejamos de hablar. Cuando murió mi hermano Martín, hace 20 años, fue un golpe muy duro. Tenía 37 años, tres hijos muy chicos, una carrera política (diputado blanco, fue presidente de la Cámara Baja durante el gobierno de Luis A. Lacalle). Y era como revivir todo lo de mis padres. Rezando los salmos, había uno que yo le repetía mucho a Dios: "Tu poder, Señor, me aseguraba el honor y la fuerza, pero escondiste tu rostro y quedé desconcertado". Una expresión tal cual: yo había sentido que el Señor había mirado para otro lado. Mi hermano murió por un error de diagnóstico. Tuvo una trombosis en la pierna, en un viaje, y cuando llegó le dijeron que era un dolor muscular, entonces estuvo dos semanas con la trombosis, hasta que… Bueno, podría no haber pasado. Pero nunca dejo de creer que Dios existe, que está y que es providente por más que uno no lo entienda. Al morir mis padres, el planteo que me hice fue: yo no era un nabo que no supiera que morían niños de hambre en Biafra, o que a otros les pasaban tragedias, y yo seguía creyendo en Dios. Si cuando las cosas les pasaban a otros yo creía, ¿ahora, porque me tocó a mí, dejo de creer? Me parecía una actitud medio egoísta.

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