Estamos a las puertas de la celebración de la Pascua, amigos lectores, querida Familia Salesiana. Bien sabemos lo que significa celebrar la Pascua, si bien, año tras año hemos de proponernos el profundizar en la riqueza de esta realidad.
Jesús, el Señor, Resucita, vuelve a la VIDA con mayúsculas, la Vida Otra. De este modo Dios Padre manifiesta al mundo que la última palabra no la tiene ni la muerte, ni todo aquello que la causa: nuestras violencias, egoísmos, guerras; u otras muertes como son el desgaste y la agonía de las personas que sufren en las relaciones humanas, que se sienten explotadas, vejadas, dominadas, excluidas.
Porque lo que Dios quiere para el ser humano, es decir, para nosotros es que tengamos vida y ésta en abundancia.
E inevitablemente mi pensamiento vuela hacia las presencias salesianas del mundo porque nuestro sueño es que éstas puedan dar vida a tantos jóvenes, y una vida en abundancia, auténtica, verdadera, que les dé dignidad y que les ayude a experimentar también en gran don que es Dios en sus vidas. Mi pensamiento vuela del este al oeste. Y pienso en el primer lugar que ve la luz cada día en el mundo salesiano, en concreto la presencia salesiana en la Isla Samoana de Savai, donde pude conocer hermosos jóvenes y una comunidad que les acompaña en su vivir. Y pienso también en las presencias más al oeste del mundo salesiano, éstas en la costa oeste de Estados Unidos.
Y casi como cuando Don Bosco soñaba la expansión de su Congregación me alegra saber que en tantos lugares las sencillas casas de nuestro mundo salesiano son casas de ofrecen vida a los muchachos y muchachas. Ya sea en Samoa, o en Islas Salomón o en Papua New Guinea, con una hermosa formación profesional que prepara para la vida; ya sea en Kolkata, o Delhi o Chennai -entre otras-, con las casas en las que niños y niñas han dejado su vida en la calle y se abren a la vida teniendo una casa y sabor de hogar. Ya sea en la casa salesiana de Estambul, o en la herida Alepo; vida que los chicos y chicas encuentran en cientos de casas de nuestra familia salesiana en África: los chicos de la calle en Adis Ababa, o las niñas rescatadas del abuso sexual en Sierra Leona, o bien ‘os meninhos da rua’ (los niños y niñas de la calle) en Mozambique y Angola.
Vida también buscan los jóvenes inmigrantes acogidos en la casa de la familia salesiana en Catania, o en Nápoles, o en tantas otras presencias de Europa.
Y vida encuentras los adolescentes y jóvenes que han dejado la guerrilla en Colombia y viven en Ciudad Don Bosco de Medellín, o los miles de desplazados en la frontera mexicana en Tijuana, donde nuestras hermanas y hermanos sencillamente comparten la vida.
Todo esto, y mucho más, me inspira la celebración de la Pascua del Señor. No puede ser una celebración sin Dios, sin el Misterio, sin la fuerza del Espíritu que resucita a Jesús. Pero tampoco puede ser una celebración ‘espiritualista vacía’ donde pareciera que la vida y el dolor de los hijos de Dios no cuenta. Para Jesús contaba y día a día intentaba acompañar la vida de su gente, en especial los más pobres, los más frágiles.
Mis amigos y amigas, no dejemos que estas cosas sencillas pero muy importantes se nos escapen. Que la celebración de la Pascua del Señor nos llene de gozo, de esperanza, de profunda Fe, y que por eso mismo nuestra mirada busque, permanentemente, ofrecer vida, y vida abundante, digna, auténticamente humana a quienes la tienen destrozada y herida a causa de lo que no va bien en nuestro mundo. Les invito a que, con la fuerza de la Pascua, no nos acostumbremos a ver que otras personas realmente no tiene vida de la buena.
Feliz Pascua del Señor.