O quizá sería mejor decir que no podemos "despistarlos", es decir, alejarlos demasiado de la pista central. Me explico con dos ejemplos.
Primer ejemplo. En la dinámica de un taller de oración paso a un grupo de animadores unos textos tomados de páginas de internet. Son páginas, todas ellas, de recursos pastorales, y los textos, copiados tal cual de la pestaña que dice "oraciones". Tienen que ir leyendo y expresar cuáles de esas "oraciones" les gustan más, o con cuáles se identifican más y por qué motivo. Van repasándolas, comentándolas… De las veces que lo he hecho, en muy pocas alguien se ha dado cuenta de que hay trampa, porque efectivamente, entre aquellos textos no hay ninguna oración propiamente dicha.
Son reflexiones, textos muy bonitos -algunos muy conocidos-, pero ninguno de ellos contiene referencias a un TÚ al que nos dirigimos. ¡Y están clasificados en un apartado de "oraciones"! ¿Cuántos adultos y jóvenes habrán utilizado textos de aquellos para hacer un rato de oración con niños, adolescentes y jóvenes?
Segundo ejemplo. Encuentro de jóvenes cristianos. Por la mañana, oración inicial. Bailes, coreografías, gestos, canciones de actualidad con letras sugerentes… Todo realmente muy bonito, con una estética bastante trabajada y cuidada. ¿Pero qué ha pasado? Que en ningún momento se ha orado. Al igual que en el ejemplo anterior, no ha habido ninguna referencia al OTRO al que nos dirigimos, ni siquiera un texto de la Palabra, que podría haber sido una forma de "cumplir con el expediente".
¿No son estas posibles formas de "despistar"? Y no estoy diciendo -¡Dios me libre! – que lo que he explicado sea general. Simplemente quiero decir que fácilmente podemos caer en algunas trampas, sobre todo dejar de lado lo que en la oración debería ser fundamental y poner más énfasis en la estética formal, con la legítima buena intención de hacer una oración "atractiva".
¿Creatividad? Sí, aunque…
En nuestro contexto salesiano se habla mucho de la creatividad -una oración "juvenil y creativa", decimos-. Adelante con la creatividad, siempre y cuando no nos aparte de lo que es esencial (y tenemos que reconocer que a veces pasa). A mí personalmente, no me importa una oración que mantenga siempre un esquema parecido, que no tenga excesivas variaciones, de modo que ayude a los jóvenes a crear un hábito de oración, a entender y a experimentar lo que es fundamental.
Pensemos, por ejemplo, en la oración de Taizé. ¿Hay algún problema en que tenga siempre el mismo esquema? Ninguno. ¿Es creativa? Podríamos decir que no, si entendemos la creatividad como un conjunto de recursos para hacer una oración cada vez diferente, variada y dinámica. Pero podemos decir que sí es creativa, porque consigue transmitir ciertos elementos esenciales de la oración, de algunos de los cuales haré mención a continuación.
Quede claro que me estoy refiriendo a aquellos momentos habituales de oración que se realizan con grupos de jóvenes de forma periódica y sistemática. En los momentos "extraordinarios" (una festividad, una celebración especial) sí que habrá que utilizar elementos nuevos y diferentes, sin que se abuse, y procurando que faciliten el clima de oración, que es lo que interesa. Recordemos que no por se hagan más "cosas" es más oración.
En todo caso, creo que es necesaria la creatividad para trabajar el mundo de la interioridad y para ayudar a alcanzar el silencio interior. Jóvenes y adolescentes conectan con ello. Y aquí sí hay que ser creativos. No porque esté de moda, que lo está, sino porque es clave fundamental para propiciar la experiencia de lo que en teoría sabemos: que somos templo del Espíritu, que estamos habitados por Él, que nuestro cuerpo, nuestra persona, es presencia de la Presencia. Es necesario que se lo digamos bien claro a nuestros jóvenes.
Por tanto, no hay que tener miedo a los momentos de silencio en las oraciones de grupo, un silencio adecuadamente motivado, si es necesario. Y no sólo para reflexionar sobre una lectura, que también, sino para "disfrutar" de la Presencia que nos habita, que nos habla y que nos transforma, si nos dejamos. Si una persona llega a comprender esto, y a hacer experiencia, es más fácil que encuentre motivos para hacer oración (¡y que tenga necesidad de hacerla!).
Por tanto, es necesaria también la creatividad para motivar la necesidad de la oración personal. ¿Por qué razones? Pues porque quizás la oración en grupo no es suficiente para "mantener la llama de la fe", o porque hay que escuchar con más frecuencia la VOZ que nos habla personalmente, o porque hay que ir tomando conciencia del propio proceso interior. Despertar esta necesidad también pide dosis de creatividad.
Y es necesaria la creatividad para ofrecer espacios de oración, en dos sentidos. En un sentido literal: facilitar espacios accesibles y abiertos para poder entrar a orar (una capilla, una iglesia), con elementos que puedan ayudar (una música de fondo, alguna pauta escrita). Y, obviamente, en el sentido de "escuelas de oración", pero no para hacer discursos sobre cómo orar y sobre lo bonita e importante que es la oración, sino para ayudar a hacer experiencia de oración. Estos tienen que ser momentos y espacios que motiven a aventurarse en procesos de oración personal, que ayuden a cada uno a encontrar su método para ir haciendo proceso.
Y aquí vuelvo a repetir la idea del inicio: no engañemos a los jóvenes. Porque les tenemos que dejar bien claro que los momentos de oración no siempre son bonitos, gratificantes y relajantes. También hay momentos de "desierto", de "no sentir nada", de lucha interior, de descubrir y de afrontar las sombras personales. Y porque, en el fondo, lo esencial de la oración es -lo sabemos y nos encanta como lo dice Santa Teresa- "estar a solas con quien sabemos que nos ama". Claro que, esto, de entrada, no parece que sea atractivo. Por eso son bienvenidos todos los esfuerzos creativos que hacemos para ayudar a los jóvenes a ir acercándose a esta experiencia central. Sin que los despistemos con formas y elementos no esenciales.
No sólo creatividad…
Sobre todo se necesitan acompañantes. Es necesario que las personas adultas que estamos con jóvenes seamos para ellos referentes de oración, que hablemos desde nuestra experiencia personal y que la sepamos transmitir. No se trata sólo de preparar y animar oraciones, se trata de ser personas de oración. Si lo somos de verdad, podremos ir un poco por delante de los jóvenes en cuanto a experiencia personal; sin embargo, desde la sencillez y la humildad, nos pondremos a su lado, como compañeros de camino, iluminando (¡no deslumbrando!). Y seguro que con la suficiente sensibilidad para ayudarles a adentrarse en el Misterio de la unión con Dios y de dejarse llevar por el Espíritu. Y juntos disfrutaremos de la paz, la alegría y el amor que de ello se deriva.
Es, sin duda, un camino apasionante, que no sabes dónde te puede conducir, que transforma y que da sentido a la vida. Si nosotros lo recorremos con constancia y con coherencia contribuiremos a que muchos jóvenes también se animen a hacerlo. Sin engañarlos…