Cada último martes de mes, en València, nos concentramos en la conocida como “Puerta azul” del CIE de Sapadors a fin de exigir su cierre.
Las siglas CIE responden a Centro de Internamiento de Extranjeros que son espacios donde se priva de libertad a personas migrantes para proceder a su expulsión. Se les encierra hasta un máximo de sesenta días en condiciones verdaderamente lamentables. El único requisito para acabar en un CIE es ser extranjero y carecer de permiso de residencia lo que vulgarmente se llama “papeles”.
Estos centros son parte de un entramado buro-represor contra las personas migrantes. La existencia de estos espacios ha sido duramente criticada tanto por ONG que se dedican a la ayuda de personas migrantes como por parte de organismos públicos como el Defensor del Pueblo español o el Síndic de greuges (Síndico de agravios) así como por parte de administraciones locales y autonómicas que han mostrado su disconformidad a que este tipo de centros se encuentre en su territorio.
Hay ocho Centros de Internamiento de Extranjeros en España, casi cuatrocientos en la Unión Europea y uno de ellos en la ciudad de València, en el barrio de Monteolivet-Sapadors. Este CIE se construyó a finales de los años noventa y tiene una capacidad para ciento cincuenta y seis personas. Se han denunciado numerosos casos de malos tratos a internos en estas instalaciones. Desde hace casi siete años numerosos colectivos sociales se juntan bajo un “paraguas” común llamado “Campaña por el cierre de los Centros de Internamiento de Extranjeros” cuyo objetivo es el cierre de los mismos y el fin de las deportaciones. Esta campaña de la que formo parte tiene dos comisiones, una es la que se encarga de visibilizar la existencia de estos centros y la otra es la de acompañamiento. Su función es acompañar a las personas en su encierro intentado cubrir algunas de sus necesidades, siempre sabiendo que quien tiene la potestad de cambiar su situación es el Ministerio del Interior que es de quién dependen estos centros.
Las condiciones de los CIE son lamentables. De entrada, a los extranjeros se les priva de libertad hasta sesenta días por una falta administrativa (no tener “papeles” no es un delito, es una falta administrativa). Duermen en celdas de hasta ocho personas sin baño. No tienen posibilidad de ir al baño por la noche. Los internos se quejan de que, por ejemplo, el agua de la ducha en inverno está congelada y en verano sale hirviendo. Que no se les proporciona suficiente ropa de aseo, pues si nadie va visitarles estarán con la misma ropa, también la interior, el tiempo que estén encerrados en el CIE. Que el CIE es un espacio donde no hay nada que hacer durante el tiempo que uno está encerrado y que no saben lo que será de ellos ni cuándo, ni cómo serán expulsados de España.
En estos centros la situación de las mujeres es verdaderamente más dramática. A el estar encerradas se suma el que ellas no están en las mismas condiciones que los hombres, pues ellas deben limpiar sus celdas porque el servicio de limpieza del CIE no lo hace con tales celdas. Tampoco se les suministra suficiente ropa ni productos de higiene íntima. Por si faltaba algo, aunque tienen un patio propio, este no se utiliza y deben ir al patio de los hombres, en el espacio de los hombres.
Un largo sin fin de argumentos valdría para exigir el cierre de los CIE, que nos recuerdan a espacios pasados de tiempos pasados, o quizá no tanto, donde se hacinaban a personas que tenían en común el ser diferentes a quien les encerraba. Pero el argumento que más me mueve es que todos somos hijos de Dios y que, como hijos de Dios, somos hermanos, así que no podemos tener hermanos de primera y hermanos de segunda categoría que, por no haber nacido donde nosotros, los tratemos de esa forma.
Con los Centros de Internamiento de Extranjeros no acaba la represión a la que se enfrentan las personas migrantes. La propia Ley de Extranjería es buena muestra de esa represión o buro-represión. Para conseguir los ansiados “Permisos de residencia” (eufemísticamente llamados “papeles") para poder trabajar, hay que estar tres años empadronado y tras ese tiempo hay que demostrar arraigo y conseguir un contrato de trabajo. Una verdadera carrera de obstáculos. Una carrera de obstáculos que no se la desearía ni a mi peor enemigo así que mucho menos a mi hermano.