El Campo de Trabajo en Tánger es una experiencia que me ha dado la posibilidad de adentrarme en una realidad diferente a la que vivo en mi día a día.
Tánger no te da la posibilidad de adaptarte, cuando llegas ya entras en la dinámica del caos de sus calles y el ritmo de vida de quienes viven aquí. Es hermoso, ya que todos tenemos que experimentar, dejarnos llevar. Hemos cuidado a bebés, cocinado, y hecho muchas otras labores para las cuales nada te prepara, y lo único que te queda es mirar desde el corazón a las personas con las que estás y trabajar.
Nunca nadie te va a pedir más de lo que puedas dar, no te van a exigir horarios, simplemente te van a acoger con una sonrisa cuando llegas y te van a despedir con un gracias cuando te vas.
En el encuentro con las hermanas Calcutas una de ellas nos dijo: "nosotras no solucionamos problemas, damos amor". Y me doy cuenta de que he vivido el amor de la manera más pura viéndolas día a día. Su forma de trabajar y estar al servicio de la necesidad es algo que te remueve por dentro.
Me ha sorprendido la capacidad que he visto aquí en las personas de ayudar a otras sin importar quién. Las distintas asociaciones que hemos podido conocer que trabajan con diferentes colectivos (mujeres, niños…), hacen que la vida de esas personas sea lo mejor posible. Se limitan a ser y estar, regalar su tiempo con amor y una sonrisa, se ponen al servicio de las personas que lo necesitan sin esperar nada a cambio de ello y dándoles lo que son y tienen.
Una de las cosas que más me ha llamado la atención es el mirador de los sueños, desde donde se ve España. Después de estas dos semanas, y todo lo que he visto, vivido y sentido aquí, me replanteo si es España un lugar de sueño. Aún me queda mucho que digerir y reflexionar sobre la experiencia, pero algo tengo claro, y es que queda muchísimo trabajo por hacer y vuelvo con el corazón lleno y las pilas cargadas para ponerme manos a la obra.