Relato de Inma Zegrí
"¡Menuda renovación!, permitidme comenzar así.
Me refiero a la espectacular reforma que se ha llevado a cabo en el “antiguo bar” del colegio Salesianos Zaragoza, convertido ahora en un espectacular comedor escolar. Los que vivimos, hace ya algunos años, entre aquellas paredes, no podemos evitar recordar experiencias vividas entre esos muros.
Allá por los años setenta y tantos, para algunos puede que antes, entre esos muros hoy desaparecidos, que distribuían despachos y salas de uso diverso, nos reuníamos adolescentes y jóvenes de entre 14 y 18 años que formábamos parte de lo que entonces se llamaba “Centro juvenil”. Permitidme un inciso: es curioso como al escribir siento que hasta las palabras envejecen, igual que nosotros.
Como os decía, allí nos reuníamos para hablar, debatir, discutir, ver películas, cantar, actuar, bailar, organizar excursiones, fiestas de disfraces sin carnaval, “guateques”…¡vaya! otra palabra en desuso, Juegos de billar, pint-ball, ping-pong…
Allí surgieron los primeros amores y desamores, algunos perduraron en el tiempo, otros tomaron rumbos diferentes. Nos dábamos cita jóvenes con gustos y aficiones diversas, que para todo había. Pero, allí estábamos todos. Algunos vieron y vimos en la música folk y en la canción protesta o el teatro, un modo de expresarnos. Todos ilusionados, dando rienda suelta a la imaginación en sus más diversas versiones. ¡Cuántos recuerdos!
Esas paredes, hoy algunas desaparecidas, pero no las esenciales, las mismas que nos acogieron horas y horas, si pudieran tener voz… darían buena cuenta de cuánto os estoy contando. El salón rojo, emblemático, precioso por aquel entonces, lugar de inolvidables cinefórum y grandes debates. Qué decir de aquel pequeño teatro, donde futuros actores, aficionados, dieron sus primeros pasos en escena, ¡cuánto talento!
Creo poder afirmar sin temor a equivocarme que todos los que por allí anduvimos guardamos un grato recuerdo de aquellos años. Nuestros padres, encantados, a todos nos unía el colegio, alumnos los chicos, las chicas éramos las hermanas de afines o vinculadas a Salesianos de un modo u otro, todos éramos bien recibidos. Como os decía, los padres sabían dónde y con quién estábamos, y eso era suficiente garantía de tranquilidad. Teniendo en cuenta que las opciones en ese momento, como ahora, para esas edades eran escasas, menores de edad que o bien optaban por ir de discoteca en discoteca o tenían la suerte, como en mi caso, gracias a mi hermano mayor que era alumno del colegio, de encontrar un lugar como el centro juvenil. Nos organizábamos en grupo, cada uno se identificaba con un nombre y se encargaba de organizar actividades por turnos.
La música, os la he nombrado antes, pero quiero detenerme un poquito en esto, porque hubo un antes y un después de la música en el centro juvenil. Cuando yo me incorporé, había un grupo de “mayores”, cinco años por encima de mi, inolvidable “Puerta Abierta” que nos precedió, luego llegó un grupo llamado “Savia Nueva” del que tuve la suerte de formar parte. Los fines de semana se organizaban actividades diversas, y ahí se desarrollaron nuestro compromiso, nuestros amigos, nuestros descubrimientos y nuestras experiencias.
Nos acompañaba un “consiliario”, era un salesiano, que sintonizaba bien con todos nosotros, hubo varios en el transcurrir del tiempo, y tenían en común ese “estar sin estar” que sólo los salesianos saben. Es curioso, como los que nos hemos dedicado al mundo educativo, encontramos similitudes que hoy se anuncian como novedad, como innovación, véase, el profesor en su labor docente acompaña a los alumnos en su aprendizaje. Recuerdo las celebraciones con pan ácimo en una clase cualquiera, de una manera informal, con guitarras… que hacían de esos momentos algo especial.
Os preguntaréis ¿y después?…, pues nos hicimos mayores, dejamos la adolescencia y nos convertimos en jóvenes, llegaba la universidad, los trabajos y el centro juvenil dio paso a otras organizaciones para adolescentes y jóvenes.
Dicen que con el tiempo la memoria se vuelve selectiva y caprichosa, totalmente de acuerdo, como también lo estoy con la afirmación de que “lo que se vive con el corazón no hay tiempo que lo borre”. Compartir con vosotros estas líneas, es un homenaje a todos los que nos sentimos salesianos, no me hace sentirme mayor sino afortunada de haber vivido esa experiencia en un tiempo, el que nos tocó, ni mejor ni peor, ni más fácil ni más difícil, simplemente diferente.
Además de la renovación y actualización de las instalaciones que ha supuesto la obra llevada a cabo en Salesianos Zaragoza, no quiero terminar, sin resaltar que todos cuantos formamos parte en algún momento de nuestras vidas de esta gran familia salesiana guardamos un recuerdo difícil de expresar y estoy convencida de que Don Bosco fue, mucho más que nuestro fundador, el supo impregnar a todas las casas salesianas de una esencia inimitable.
Con cariño para todos aquellos que compartáis conmigo estas líneas".