En este país nuestro, aburrido con las evoluciones de nuestros políticos electos que no consiguen llegar a acuerdos, son noticia con frecuencia episodios que hacen alusión a lo religioso. La católica España, que hace días parecía desaparecida, aparece una y otra vez en las esencias informativas no por noticias de los católicos sino por las bagatelas vehementes de sectores anticatólicos que combaten lo religioso con una pasión desmedida, cuando en nuestro país el hecho religioso ya no está aliado a ningún poder y se encuentra, con frecuencia, al lado de los sencillos y los pobres.
Tres han sido los acontecimientos que han saltado recientemente a los medios y que tienen relación con lo religioso.
Estos casos recientes tienen a mi modo de ver tres notas en común:
En primer lugar son ofensivos, no sólo con una concepción religiosa, sino con todas las religiones. Uno puede estar en desacuerdo con el hecho de que haya capillas en las universidades, pero entrar semidesnudo en una de ellas es una profanación insultante; por otra parte, se puede estar escandalizado de los casos de pederastia de la Iglesia, pero utilizar hostias consagradas para hacer una denuncia es un hecho que insulta incluso a las víctimas de las agresiones pedófilas; incluso se puede no ser creyente, pero ironizar sobre una oración como el Padre Nuestro, que es un canto a la justicia y a la fraternidad, es absolutamente totalitario.
En segundo lugar los tres casos han supuesto un debate sobre la libertad de expresión. A mi juicio se trata de un debate burgués, de ricos, de prepotentes… Vamos a ver si insultar es lícito… vamos a ver si la falta de respeto es libertad…; no denunciemos la injusticia, no nos riamos de los sentimientos y las convicciones de la gente sencilla. Esos tres hechos, créanme sus responsables, no escandalizan a los que supuestamente quieren denunciar sino a la gente humilde y sencilla que no entiende cómo pueden escupirles en su dignidad.
Y en tercer lugar, tienen la sonrisa amable, benévola y maternal de dirigentes políticos que, dando palmaditas en la espalda a los agresores y en aras de la libertad de expresión, son incapaces de ver en semejantes actos, un vandalismo totalitario que vilipendia la dignidad de los más indefensos.
¡Qué cambio! Antes en las calles reivindicábamos la libertad de expresión para decirles las verdades a los poderosos, ahora los poderosos premian y pagan a los que insultan a los pobres amparándose en aquella libertad de expresión.
Claro que tienen algo en común: son ricos, se pavonean en los salones presidenciales y reciben subvenciones por insultar; ricos que buscan un enemigo en quien vomitar sus miserias y encuentran en la Iglesia un antagonista fácil, acusando a los cristianos de pederastas, incultos y fanáticos; la miseria que ellos creen verter contar los supuestos culpables católicos de tantísimas injusticas ni les salpica a estos mientras les llega a los hombres y mujeres sencillos, que creen en Jesús de Nazaret y le buscan en la fraternidad.
Chulitos pudientes de diseño, pretendidos intelectuales postmodernos, contraculturales domesticados y subvencionados que insultan a los pobres mientras les aplauden los ricos.
Escribo esto cuando los medios nos traen hoy dos noticias, casi sin ninguna relevancia. En primer lugar la del asesinato de cuatro mujeres en Yemen; eran monjas de la madre Teresa de Calcuta; desde hacía años se dejaban la salud trabajando entre los pobres allí donde nadie quería ir. Rezaban el Padre Nuestro que parafraseó la poetisa en el Ayuntamiento de Barcelona, comulgaban con hostias como las que el artista pamplonés uso para reírse de los cristianos; rezaban en una capilla desmantelada que no estaba en ninguna universidad. Habían ido a compartir el infierno con los más desheredados, con aquellos a lo que el primer mundo roba para que nuestros móviles y ordenadores funcionen bien. Estas mujeres no han sido noticia; este crimen terrible no interesa en nuestro mundo, tan preocupado por los nuevos fichajes de la Liga. Esa indiferencia globalizada de la que habla el papa Francisco, esa superioridad burguesa que da licencia a algunos para que se carcajeen de lo religioso en las esferas del poder, ha condenado al silencio este asesinato brutal contra cuatro mujeres pobres. Religiosas… monjas, vaya.
Lo escribo, con pena, cuando en un rinconcito de la prensa se cuenta que ha muerto Paco García Salve, ex jesuita, cura obrero, miembro del Partido Comunista en los años 70, encarcelado en el Proceso 1001, torturado, líder sindical, apasionado de la lucha obrera, cristiano y convencido de que el evangelio de Jesús era un extraordinario instrumento de transformación social.
Son personas que tienen que conocer, memorias que tienen que respetar, humanos a los que tienen que admirar esos pretendidos adalides de la libertad que, bien pagados, sienten nauseas ante el sentimiento religioso de los más pobres y profanan la dignidad de aquellos que, creyendo en Jesucristo, han sido víctimas de la intransigencia y del odio… del mismo odio del que presumen mientras les aplauden en los salones de algunos sectores del poder.