Recientemente se ha celebrado la Jornada mundial de la Erradicación de la Pobreza. El discurso de todos los medios de comunicación es deprimente pero a la vez muy real: “En el mundo 836 millones de personas viven en pobreza extrema”. “Nos acordamos de que hay mil millones de personas que no comen todos los días, millones de personas que no tienen acceso a la sanidad ni a la educación. Niños y niñas explotados…“. Pero no queremos olvidar el mensaje de que la educación es una de las claves para salir de la pobreza, como los misioneros salesianos vienen demostrando desde hace más de 140 años”, explica Ana Muñoz de Misiones Salesianas.
Las nuevas estadísticas de la UNESCO demuestran que la educación transforma el desarrollo de los pueblos y que se puede revertir la pobreza con la educación. “Si todos los niños tuvieran el mismo acceso a la enseñanza, el ingreso per cápita aumentaría un 23% en los próximos 40 años”. Y podemos constatar un tema muy de actualidad que puede revertirse educando: “Si todas las mujeres cursaran la educación primaria, los matrimonios precoces y la mortalidad infantil podría disminuir a una sexta parte y la mortalidad materna a dos tercios”.
La educación posee la capacidad para reducir la pobreza extrema y potenciar objetivos de desarrollo de más amplio espectro. Esta es la bella noticia. ¡Educar, es modo para hacer ricos!”.
Tchapua es el nombre de un adolescente que vivió la terrible guerra de Angola. Con tan solo dos años fue enviado a Luanda para salvar su vida. Su padre y sus hermanos murieron en el conflicto. Un buen día, al volver del colegio, Tchapua encontró a su madre muerta. Siguió estudiando. Hoy, es padre de familia y director de la escuela infantil del Centro Don Bosco. “Siempre he recordado las palabras de mi madre. Hijo, tú estudia y un día tendrás la recompensa”.
Un mensaje optimista: “Hijo, tú estudia y un día tendrás la recompensa”. Es indudable que la educación puede hacer ricos, pero no hablamos de la riqueza simplemente material, sino de la riqueza que hace al ser humano: ser feliz, ser reconocido, amado, querido, porque los pobres de hoy, como escribía G. Gutiérrez; “no son aceptados como personas en nuestra sociedad. Son invisibles y no tienen derechos, su dignidad no es reconocida”.