Hacen falta muchos artículos de prensa para tratar de apresar mínimamente la personalidad y la singularidad de un hombre como Juan José Gutiérrez Galeote. Cuando le tocó hacerse con las riendas del colegio salesiano de Utrera, en verano de 2014, ya era un viejo conocido para muchos. Después de algo más de un año en el cargo, ya ha dado sobradas muestras de su implicación, trabajo y de su especial forma de ser.
La brisa marina que baña las calles de Cádiz ha impregnado para siempre el carácter de este salesiano, el mayor de tres hermanos de una familia del barrio de La Viña, con amplia tradición en el mundo del Carnaval, incluso él en sus años mozos hizo sus pintos en el Carnaval infantil. La espontaneidad propia de la capital gaditana ha terminado bañando su magnética personalidad, que cautiva al interlocutor, el mismo que queda sorprendido como a tan corta edad a Galeote le haya dado tiempo a hacer tantas cosas.
Huelva, Granada, Algeciras, Sevilla, Alcalá de Guadaíra y ahora Utrera son ciudades que forman parte del recorrido vital de este gaditano, que entró con seis años en los Salesianos para ya no salir nunca más hasta el día de hoy. Allí donde el destino lo ha llevado ha sido capaz de imbuirse del espíritu de la tierra, conociendo por ejemplo la vida del universitario en Granada, la personalidad propia de Algeciras o la parte más intensa de la Sevilla cofrade.
Ha lidiado, demostrando mano firme y mano izquierda al mismo tiempo, situaciones complicadas, como la que le tocó vivir en Huelva, en un colegio salesiano ubicado en una zona muy deprimida económicamente; o en Algeciras, donde fue capaz de conseguir que el colegio mirase el futuro con optimismo, después de pasar por muchos problemas. La misma tenacidad demostró cuando, en los años más duros de la crisis y siendo como él mismo dice de «letras puras», le tocó ejercer de ecónomo inspectorial, gestionando los recursos económicos de las diferentes casas.
Sus estancias en Sevilla le llevaron a conocer desde dentro la Semana Santa, quedando prendado del ambiente y de la vida diaria de las hermandades hispalenses. Como él mismo asegura, «soy un cura capillita, creo que las hermandades son una plataforma en la que la Iglesia debe estar presente». De esta manera comienza una estrecha relación que se mantiene hasta el día de hoy, sobre todo con hermandades como La Cena o El Calvario, y siendo predicador en los más importantes templos de la capital.