Evangelio Mc 7,31-37
NARRADOR: En aquel tiempo, dejando Jesús el territorio de Tiro, pasó por Sidón, camino del mar de Galilea, atravesando la Decápolis.
¿Sabéis qué es la Decápolis?
NIÑOS: No, ¿qué es?
NARRADOR: Era un grupo de diez ciudades, en especial un grupo en Jordán, en Israel y otro en Siria.
SEGUIDORES: Y le presentaron un sordo, que, además, apenas podía hablar; y le piden que le imponga la mano.
NARRADOR: Él, apartándolo de la gente, a solas, le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua. Y mirando al cielo, suspiró y le dijo.
JESÚS: «Effetá» (esto es, «ábrete»)
NARRADOR: Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba correctamente.
JESÚS: Él les mandó que no lo dijeran a nadie
NARRADOR: Pero, cuanto más se lo mandaba, con más insistencia lo proclamaban ellos. Y en el colmo del asombro decían:
SEGUIDORES: Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos.
En el tiempo de Jesús creían que cuando alguien tenía una enfermedad o tenía algún defecto físico era porque él o alguien de su familia eran pecadores. Jesús luchaba contra esa idea y decía que nadie podía enfermar por castigo del Padre. Entonces le trajeron un señor sordo y tartamudo. Miró hacia el cielo para que su Padre le ayudara, hizo que ese hombre volviera a oír y volviera a hablar.
Señor, que tu palabra “Effeta” llegue a todo mí ser, mi corazón…
y me abra hacia el buen camino en todos los sentidos;
que sienta que me liberas de todas las veces que no te escucho,
y de mis silencios, para que así pueda caminar junto a ti,
llevando con paz todo lo que Tú me pides.