Evangelio MC 4,26-34
NARRADOR: En aquel tiempo, Jesús decía al gentío:
JESÚS: El reino de Dios se parece a un hombre que echa semilla en la tierra. Él duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra va produciendo fruto sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano. Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega.
NIÑO 1: Es verdad, yo eso lo hago con mi mamá y en el cole. Ponemos unas semillas, con algodón en un vaso y al cabo de un tiempo crecen y sale el fruto.
NIÑO 2: Jesús ¿nos puedes explicar algo más de lo que nos quieres explicar?
NARRADOR: Dijo también:
JESÚS: ¿Con qué podemos comparar el reino de Dios? ¿Qué parábola usaremos?
NIÑO 1: Pues no sé… ¿nos das más pistas?
JESÚS: Con un grano de mostaza: al sembrarlo en la tierra es la semilla más pequeña, pero después de sembrada crece, se hace más alta que las demás hortalizas y echa ramas tan grandes que los pájaros del cielo pueden anidar a su sombra.
NIÑO 1: ¿Nos quieres decir que el Reino de Dios ha de crecer y hacerse cada vez más grande, no?
NIÑO 2: Sí, y también que tenemos que estar atentos y dispuestos para saber qué quiere Dios de cada uno de nosotros y cómo comportarnos con los demás.
NARRADOR: Con muchas parábolas parecidas les exponía la palabra, acomodándose a su entender. Todo se lo exponía con parábolas, pero a sus discípulos se lo explicaba todo en privado.
Jesús explicaba lo que quería que entendiéramos muy bien con ejemplos, para que lo entendiese la gente. Así les decía: El Reino de los cielos es como una semilla muy pequeña, que cuando germina y crece se hace una mata muy grande. Pues lo mismo pasa con la fe, si se cuida, crece y crece, y se hace grande.
Señor, te doy gracias por las cosas,
por los momentos que viví
y no supe cómo fue, pero sucedió
y me ayudaron a madurar.
Gracias por esas cosas buenas
que sembraste en mi corazón,
y que me dan alegría cuando
soy capaz de extender la mano para ayudar,
para acompañar a quien pasa a mi lado.
Saca de mi corazón aquellas cosas
que no son buenas,
que me limitan y obstaculizan mi entrega.
Señor, te veo, te escucho,
gracias por tu misericordia.
Hoy, una vez más te digo:
quiero seguirte.