NARRADOR: Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
JESÚS: ¡Paz a vosotros!
NARRADOR: Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
JESÚS: ¡Paz a vosotros!
NIÑO: ¿Por qué estaban contentos?
NARRADOR: Porque vieron que pasó lo que Jesús dijo que iba a pasar.
APÓSTOLES: ¡Es Él! ¡Es Jesús! ¡Ha resucitado! ¡Era verdad!
JESÚS: Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.
NARRADOR: Jesús desapareció de su vista. Al momento se oyeron unos golpes en la puerta. Alguien llamaba. ¿Quién será…? ¡Es Tomás!
TOMÁS: ¿Qué os pasa? Tenéis cara de asustados.
APÓSTOL: ¡Ha venido el Maestro! ¡Sí, se nos ha aparecido!
APÓSTOL: Sí, sí, ha hablado con nosotros.
TOMÁS: Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado… no lo creo.
NARRADOR: Aunque lo intentaron no pudieron convencer a Tomás de que Jesús había resucitado. A los ocho días estaban otra vez reunidos los discípulos y Tomás estaba con ellos. Las puertas seguían cerradas por miedo a los judíos, cuando… de nuevo apareció Jesús.
JESÚS: Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente
TOMÁS: ¡Señor mío y Dios mío!
JESÚS: ¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto.
NARRADOR: Muchos otros signos, que no están escritos en este libro hizo Jesús a la vista de sus discípulos. Estos están escritos para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios y, para que, creyendo, tengáis vida en su nombre
que somos un fiel reflejo
de tus discípulos tristes,
cobardes, llenos de «miedo».
Habitamos en un mundo
de increencia y desconcierto.
Por ser creyentes, sufrimos
olvidos, burlas, desprecios.
Señor, entra en nuestra casa,
salúdanos, ponte en medio.
Llénanos, con tu presencia,
de paz y de gozo inmenso.
Muéstranos tus pies y manos,
tu costado roto, abierto…
Son tus lecciones de amor,
tu testamento, Maestro.
Como hiciste con Tomás,
ven, Señor, a nuestro encuentro.
Que nuestras dudas se quemen
en tus llagas, sol y fuego.
Que te digamos con fe,
con gratitud, en silencio:
«Señor mío y Dios mío».
Creo en Ti. Tú no estás muerto.
Haz que nosotros seamos
«testigos» de tu Evangelio.
Arropados por tu Espíritu,
anunciaremos tu Reino.