NARRADOR: Se acercaban a Jerusalén, por Betfagé y Betania, junto al monte de los Olivos, y Jesús mandó a dos de sus discípulos, diciéndoles:
JESÚS: Id a la aldea de enfrente, y cuando entréis, encontraréis un borrico atado, que nadie ha montado todavía. Desatadlo y traedlo. Y si alguien os pregunta por qué lo hacéis, contestadle: «El Señor lo necesita», y lo devolverá pronto.
NARRADOR: Fueron y encontraron el borrico en la calle atado a una puerta; y lo soltaron. Algunos de los presentes les preguntaron:
GENTE: ¿Por qué tenéis que desatar el borrico?
NARRADOR: Ellos les contestaron como había dicho Jesús; y se lo permitieron. Llevaron el borrico, le echaron encima los mantos, y Jesús se montó. Muchos alfombraron el camino con sus mantos, otros con ramas cortadas en el campo. Los que iban delante y detrás, gritaban:
GENTE: ¡Viva, bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Bendito el reino que llega, el de nuestro padre David! ¡Viva el Altísimo!
vienes, y me necesitas,
Ayúdame a ser
dócil como el borrico
que te acogió sobre él;
disponible como la piedra
que espera tu mano
para gritar su alegría;
esperanzado como el corazón
que se desborda
cuando siente el amor cercano.
Vienes y todo se trastoca,
todo despierta y acoge vida.
Y yo quiero poner también
a tus pies el manto de mi vida,
el grito de mi garganta,
el paso de mi andadura,
la esperanza de mi misterio unido en el tuyo,
el de tu cruz y el de tu gloria.