Tuve la suerte de conocer a los Salesianos cuando nada más tenía siete años. Al momento me impactó su manera de ser. Por su estilo propio. Por su manera de hacer las cosas, muy diferente de otros.
Cada año, al llegar a finales del mes de enero, me encanta hablar de su figura. Me enamora. Él, su obra, su mensaje. Me cuesta no repetirme en las mismas ideas. Sea como sea, me seduce y me cautiva el reto de encontrar nuevos argumentos.
Tuve la suerte de conocer a los Salesianos cuando tan solo tenía siete años. Al instante me impactó su talante. Por su estilo peculiar. Muy diferente de otras maneras de enseñar. Personalmente, me cautivó. Un eje vertebrador de esta gran tarea es la que se conoce con el nombre de Sistema Preventivo. Un método nacido a partir de la experiencia misma de Don Bosco con los jóvenes.
La Europa de finales del siglo XIX presentaba un estilo educativo basado en la represión. Más adelante, su propuesta educativa se convirtió en experiencia visionaria innovadora. En 1877, publicó un tratado sobre este tema, incluido en las primeras Constituciones de la Congregación Salesiana. En resumidas cuentas, no buscaba otra cosa que prevenir a los jóvenes de los peligros que podían encontrar. De esta manera, pretendía orientarlos hacia un futuro mejor.
Algunos de los elementos que lo distinguían era encontrar educadores con vocación. Unas figuras que debían velar por los alumnos, lejos de un afán controlador. Al contrario, dentro de un ambiente donde tenían que sentirse totalmente acompañados. Con un toque profundamente pedagógico. En este entorno, deporte, teatro, música, y otras actividades lúdicas se combinaban con un trasfondo religioso. No se trataba de presionar a los jóvenes hacia una determinada opción religiosa. Como el mismo fundador solía decir, había que plantearles opciones de búsqueda…I ellos mismos escogían. Este matiz fue tenido muy en cuenta – 100 años más tarde – por el Concilio Vaticano II. Es más: convenía preservar también el ambiente escolar de elementos externos que pudiesen ser nocivos. Así, recomendaba a sus jóvenes que hicieran una buena selección de amistades. A la vez que puso en marcha la costumbre de la pequeña i corta charla diaria, en la que exponía un pensamiento moral orientado a la acción. I que sigue aún vigente, en los tiempos que vivimos. Es lo que solemos decir entre nosotros “dar los buenos días”, justo antes de comenzar la jornada escolar. En términos periodísticos, es como la “editorial” del director de la escuela y propone las pautas sobre hechos puntuales muy concretos. Al mismo tiempo, viene a ser una reflexión colectiva.
Tarrasa ha tenido la suerte de acoger un colegio salesiano hace ya sesenta años. Los salesianos llegaron aquí en 1957. Y las salesianas celebrarán en mayo de este año, el medio siglo. La semilla del P. Rómulo Pinyol Aresté –hijo de Maials– ha hecho posible educar y marcar pautas a unas cuantas generaciones de egarenses. Con palabras de Don Bosco, todos los que hemos tenido la suerte de correr por sus patios podemos presumir del ADN salesiano: "buenos cristianos y honrados ciudadanos”". ¡Y con mucha honra!
Hace ya seis años que nuestro Ayuntamiento – después de una larga tanda de conversaciones – aceptó rendirle un merecido homenaje. Consistió en un monolito colocado en los jardines del Roc Blanc, a menos de cien metros del colegio mismo. A mí, me pareció que era poca cosa. Pero fue, eso sí, la manera de expresar el reconocimiento público de toda una ciudad a un trabajo bien hecho. Con calidad, profundidad y perspectiva de futuro.
Los Antiguos Alumnos del centro queremos mantener encendida la llama de su recuerdo. Con motivo de la fiesta de su Fundador (31 de enero), pensamos que de ninguna manera podemos dejar pasar esta ocasión sin escuchar a fondo el eco de todo lo vivido aquí. ¡Viva Don Bosco! Y eterna gratitud a la figura del P. Rómulo.