“Cuando tenía 8 años, mi padre me llevó a casa de mi tío que estaba a punto de escaparse del Vietnam con su pesquero. Pero según mi tío yo era demasiado pequeño para partir y me devolvió a casa. Después de dos o tres semanas nos enteramos de que la barca de mi tío había naufragado: el incidente, en el que habría podido morir, me confirmó que Dios me había protegido y le di las gracias por haberme permitido seguir viviendo hasta el día de hoy”.
A los 11 años, mi padre me quería confiar a un convento en Saigón, pero yo tenía miedo de abandonar mi familia. Afortunadamente, después de hablar con los sacerdotes, me devolvió a casa. A los 15 años me preguntó si quería huir en una barca de uno de mis tíos. Después de tres tentativas, en noviembre de 1987, me escapé con la familia de mi tío (54 personas en total) en un pesquero de madera de 12 metros por tres. Una sola semana en el campo de refugiados en Malasia me bastó para sentirme dominado por una profunda tristeza, y mientras escribía la primera carta al Vietnam no dejaba de llorar.
En el campo había una iglesia católica, y también un templo budista y otras Iglesias de diferentes confesiones. La familia de mi tío y yo íbamos a la iglesia del campo. Un día, después de la misa, mi tío nos pidió a todos formar parte del Grupo Juventud Vietnamita y con cierta resistencia empezamos a participar. Mi vida se llenó de alegría, risas, esperanzas y fuerza, gracias a lo cual superé todas las dificultades propias de vida de los refugiados.
Cómo me gustaban aquellos animadores que nos ayudaban de verdad a tomar parte en las actividades del campo. Para mí, eran héroes y los llevo siempre en mi corazón. Tal vez alguien piense que ser animador o jefe en los grupos juveniles no es nada del otro mundo; en realidad es un modelo para los jóvenes y puede llegar cambiar sus vidas, exactamente como aquellos animadores en mi campo que me ayudaron a cambiar la mía.
En 1990 llegué a Australia y, deseando restituir un poco de lo mucho que yo había recibido, me apunté a la Asociación Juvenil Eucarística Vietnamita de Keysborough, Estado de Victoria, en la que me quedé por unos cuantos años. Hacia el año 1998, ya con más de 30 años, pensaba en mi vida y pedía insistentemente a Dios que me enseñara lo que yo debiera haber sido, y el resultado fue que entré en los Salesianos de Don Bosco, que trabajaban con y para los jóvenes, particularmente los más pobres y abandonados
He querido compartir todo esto para transmitiros una cosa: haz algo por los jóvenes, aunque sea una pequeña cosa, hazte responsable ya, alguien que tiene el poder de cambiar la vida de otro. Y como Jefe no tenemos a otro mejor que a Jesús, el más grande, nuestro Jefe.