22 de mayo 2017, son las 22:35. El concierto de la estrella pop estadounidense Ariana Grande en el Manchester Arena se convirtió en una noche de terror, donde un ataque terrorista y suicida dejó un balance de 22 muertos, la mayoría jóvenes y muchachos. Este atentado se realiza a pocos días de los ataques en Egipto, Afganistán y más recientemente en Londres; tragedias que aumentan el número de muertos.
Estos acontecimientos, por desgracia, dejan a todos sumergidos en un profundo dolor y desesperanza, un sentimiento de orfandad que nos invade; somos testigos mudos donde los medios de comunicación nos muestran con todo detalle la muerte de las víctimas, el sufrimiento de los heridos y el profundo dolor de familiares y amigos, además del modus operandi de los victimarios.
Estos acontecimientos nos van dejando siempre una sensación de cansancio y de desánimo que nos lleva a percibir la realidad un tanto oscura y desdibujada, invadida por un sentimiento de tristeza que en el mayor de los casos no nos permite distinguir otros aspectos colaterales de la situación.
Un ejemplo cercano y muy palpable es lo ocurrido en Manchester donde, en medio del dolor y la conmoción del momento, cientos de personas se movilizaron, dentro de sus posibilidades, para ayudar a los heridos. Taxistas que pasaban por la zona trasladando personas lesionados, auxiliares paramédicos corriendo desde sus hogares para ayudar en los hospitales, vagabundos que buscaban socorrer y confortar a las personas heridas, en fin: todo tipo de gestos humanitarios y de profunda solidaridad.
Está en nuestras manos el poder causar dolor y muerte a inocentes en nombre de nuestras ideologías; pero también está el poder de socorrer al que sufre, de conmoverse con su angustia y hacerse cargo de su dolor. Resulta esperanzador que, en estos momentos tan intensos de dolor, el comportamiento humano tenga reacciones tan positivas y tan paradójicas; comprobar que un hecho de este tipo tenga tantas facetas que se encuentran.
Es verdad que las huellas del horror y el dolor de las personas tocadas por el terrorismo en aquella noche de Manchester no pueden borrarse, pero también está claro que saltan a la vista muchos gestos de ayuda y solidaridad realizados por muchos miembros de la comunidad musulmana que se encontraban en las inmediaciones del lugar.
Pocas veces nos enteramos de la opinión de los musulmanes sobre estos atentados; un testimonio lo comparte el médico sirio Ali Mesnawi en su blog: “Vivimos (los musulmanes) este tipo de acontecimientos con una doble angustia: la de presenciar un acto de violencia cruel e injustificado, pero también la angustia del temor a que dicho acto sea obra de algún musulmán, pues en este caso, dicho individuo es erigido automáticamente como representante de toda la comunidad musulmana allá donde se encuentre, y se considera que este acto se lleva a cabo con el consenso y la adhesión de todos los musulmanes sean de la condición que sean”.
Cada vez que un hecho de este tipo golpea la conciencia de nuestra sociedad, deja ver los niveles de barbarie a los que hemos podido llegar y que difícilmente imaginamos. Donde la “realidad supera la ficción” se puede argumentar que ya no cuentan las palabras de consuelo y las frases hechas, porque los hechos las superan. Pero también en medio de la oscuridad y de la perversión, se vislumbran nuevos gestos de vida nueva y de humanidad promotora de la vida que nos vuelven a reubicar en la perspectiva adecuada y que ciertamente no viene dada por simples criterios humanos, sino por la confianza en el hombre y en Dios.