Evangelio Lc 13, 1-9
Niño 1: Maestro, tú hablas siempre de amor, pero creo que nadie te escucha por ahí fuera.
Niño 2: Es verdad, Jesús; los romanos odian a los judíos y los judíos a los romanos; los galileos no pueden ver a los samaritanos, y los samaritanos les devuelven el favor.
Niño 3: ¡Pero si hasta la gente que parece más religiosa se odia a muerte! Sólo tenéis que fijaros en los fariseos, saduceos y herodianos. ¡Menudo ejemplo nos dan!
Niño 1: Me temo, amigos, que las cosas no han cambiado mucho desde entonces. (Despliega un periódico y lee algunas noticias)
Niño 2: ¡Impresionante! Odio y muerte por todas partes. Y no termina.
Niño 3: ¡Maestro, maestro, Pilato ha mandado degollar a un grupo de galileos!
Niño 1: ¡Es verdad, Jesús! Estaban ofreciendo el sacrificio de la tarde, llegaron los soldados y… ¡zas! les cortaron el cuello.
Niño 2: ¡Dios les ha castigado por sus pecados!
Niño 3: No puede ser, estaban ofreciéndole un sacrificio en el templo.
Niño 1: Pues estarán pagando la culpa de sus padres.
Jesús: ¿Pensáis que los galileos son más malos que nadie porque acabaron así?
Niño 2: ¡Claro! ¡Por supuesto!
Jesús: ¡Pues no, estáis equivocados y es preciso que cambiéis de actitud!
Niño 3: Y aquellos 18 que murieron aplastados por la torre de Siloé… ¿tampoco habían hecho nada malo?
Jesús: No eran peores que los demás. Todos debéis convertiros y mejorar en algo…
¡o en mucho! Nadie es perfecto. Os lo explicaré con una parábola. Escuchad:
Un hombre tenía una higuera plantada en su viña, y fue a buscar fruto en ella, y no lo encontró.
Amo: Amigo, te encargué que cuidaras mi viña y también la higuera.
Viñador: Eso hago, Señor.
Amo: Ya lo sé, pero llevo tres años viniendo a buscar fruto y nunca encuentro. Así que creo que debes cortar la higuera, pues no sirve para nada.
Viñador: Señor, déjala todavía este año. Yo cavaré alrededor y le echaré abono a ver si da fruto. Si no, el año que viene la cortaré.
Jesús: ¿Entendéis lo que quiero decir? Esforzaos por dar frutos de buenas obras, ahora que todavía estáis a tiempo.
Jesús espera de sus amigos no se den nunca por satisfechos en el intento por ser cada día mejores. El corazón necesita hacerse mejor, embellecer, y con él cada persona. Algo parecido a lo que ocurre con los árboles frutales, que deben dar frutos nuevos y ricos en cada temporada. Y no les debe bastar con haber dado cosecha el año anterior. En el Evangelio de hoy, además de tratar de todo esto, aparece la figura encantadora y entrañable de la persona que cultiva y cuida de la huerta, y que ama tanto a cada árbol que pide una nueva oportunidad para aquel que, en los últimos años, fue vago y no produjo frutos. ¿Arrancarle? ¡No, no, por favor; deja que le dedique más esfuerzo, para que pueda tener ramas llenas de fruto el año próximo!
Si como la higuera no doy,
Señor, los frutos esperados,
mis manos están vacías, no presentan el gozo de la cosecha.
Pero espera, Señor, no pierdas la paciencia.
Cuando llegues a recoger, que mi cosecha
desborde los frutos, y si los que encuentras
no son tantos como esperas,
que sean por amor a Ti, los que he dado.