A la entrada de mi vida el tiempo era sólo futuro, hacía añicos la espera y empapaba mis pañales. Era 1941.
Hoy tengo ochenta años y un sueño duro, cuando lo cojo, al que hay que propinar patadas para que se detenga ¡ay!
En tantos sitios me llamaban el muerto, nadie duerme donde puedo hacerlo yo. Ni en los campamentos de Luzaga, en Guadalajara; ni en los de Río Záncara, en Ciudad Real; ni en los de Burgohondo, en Ávila; ni en los de Río de Cuerpo de Hombre, en Béjar. Creo que mis ronquidos sobrepasan la trompetería del órgano mayor de la catedral de Toledo. Así me dijo en su momento Benigno Castejón y en el Instituto Internacional “San Tarcisio” en Roma Julio Acebes, Sergio Morosinotto, Francis Moloney y hasta Angelo Amato.
Amigo Javier, tengo agujeros y dobleces de años en la cara. Algunos de ellos deben de haber luchado muchísimo antes de aflorar a la piel. Pero todavía hay que esperar. Este es mi verbo favorito: esperar, esperar todavía a mis años, un infinito enjuto (enjuto me llama mi nieto Diego Toledano) que se pringa de ansiedad, que babea esperanza. O sea.
El viaje de la vida fue una obstinada tormenta, hoy ya con el motor a mínimas revoluciones sólo para corregir la deriva, regulada por un DAI desde hace ya catorce años. La técnica ¡qué maravilla!
Me doy cuenta, y no del todo, de haber dicho muchas cosas –tantas a tantos– así es que de vez en cuando, a lo largo del día, bebo vasos de agua para la sed y también para callarme.
Y pasaron los años y por uno de mis oficios he hecho hablar a los hombres, les saco noticias y más noticias de la cabeza. Con vosotros, los que me seguís en el blog escucho, os escucho sin propósito, os escucho y aprendo a amar la vida, que esta escrita en vuestra cara: Dany y Laura; Manu y Elena; Bego y Jorge; Silvia y Adrián; Leto, y Alberto y Álvaro, grandes todos.
– Tienes a la gente en un puño, me dice Iñaki Echániz, volviendo del funeral de Dani Batanero, en la concatedral de Guada… hacia Madrid.
– No es verdad, Iñaki. Tú siempre me has querido. Lo que se da, hay que darlo de corazón (Paco Pescador y Hervás, dixit). El puño que yo quiero es el vuestro, respondo, porque estuvisteis cuando me moría en Moncloa los meses de agosto, septiembre y octubre del 2006, en fila oficial regulada por la UCI y en otra mucho más doméstica, regulada por el propio doctor Vicente Gómez-Tello y de nuevo con la COVID-19 los meses de marzo y abril de este año: los Fernando R y Val, los Paquico, los Balaguer, los Isi y Mario, los Burgos del Amo, los Ramón, Ana, Raquel y los Rebollines, los Zofio y Sara, los Echániz y Fela, los Orea, los Batanero, los Tole, los San Torres, los Utri, los Tito…
Cuando soplo mi voz por mi móvil, Diego grita su saludo, más límpido que el mediodía: “Olé”, “Olee, salesiano enjuto”, desde París. Y Leceta desde Alicante. Y Paquico desde Barcelona. Y Aitor desde Azkoitia. Y los Sevilla desde Guada. Y los Hernando, Ubeda Mira, Rodrigo, Rodri y Aurora, “Los ángeles de Francis”, los Bris, los Acebrón…
La Alcarria.
La Alcarria no es húmeda, pero tiene estanques donde se bañan las plantas y se abreva el ganado. Y pantanos inmensos, que ponen gestos de complicidad en Castilla-La Mancha y con Madrid.
Ni en La Alcarria alta ni en la baja, llamadas Campiñas alta o baja, hay tantos árboles como en la cabecera del Alto Tajo, pero hay hierba corta abrazando el curso del Henares y un callo de líquenes y musgos en las jorobas de los Yélamos de Arriba, donde pasé largas convalecencias a lo largo de la vida desde 1984 hasta hoy, en casa de Trini y Luis Leceta, en el cuarto reservado para los nietos Nacho y Guille y para “Don Francisco”… de los Yélamos de Abajo, San Andrés del Rey, Budia, El Olivar, Alocén, Romanones, Horche.
¿Qué estoy pensando?
Los alcarreños. Dedos largos, manos espaciosas que se parecen a una boca, sus muñecas están llenas de voluntad. Chocarlas es como empuñar una piedra. Decían que tenían ganas de tirarla contra un cristal y salir corriendo. Y eso hicieron desde la posguerra, para salir pitando para Guada, Madrid, Zaragoza o Barcelona.
La Alcarria es tierra refregada, removida, sembrada y resembrada, mimosamente fructífera. Aquí estuvo todo el hoy que me hacía falta, como en Roma, o en Vitoria, o en Donostia, o en Sevilla, o en Málaga, o en Madrid.
Amigo Javier, no me excaves más historias, si no me las puedo quedar, será mejor que te las cuente en otro momento.
La tierra y un puñado de lavanda me reclaman. La sostengo en un pellizco y la huelo para advertencia de los sentidos.
Tierra y lavanda de Brihuega, Pastrana, Almadrones.
Tengo que avanzar.
Se escucha ahora, como todos los años, el villancico navideño: “La Nochebuena se viene, la Nochebuena se va, y nosotros nos iremos y no volveremos más”.
Hace cincuenta y dos años, en 1968, celebré la Nochebuena en la parroquia de San Marcos de Viterbo. Enviado especial como cura, casi recién ordenado, por Don Bozzi, director del Pas –cura becario– para acompañar a Don Mario en el ejercicio de la penitencia, confesé largas horas a más de un “Liceo/Instituto” por la alegría de comunicar y de amar. Nada ha sido lo suficientemente fuerte como para separarme de aquella Navidad, en Viterbo, donde en 1271 se reunió por primera vez el cónclave para elegir Papa.
Al año siguiente, cubrí en Navidad casi todos los servicios sacramentales, habidos y por haber en el pequeño pueblo de Nulvi, en Cerdeña, y desde allí colaborar con los cercanos Pérfugas, Martís y Castelsardo, que fue antes Castel-aragonés durante un par de siglos, donde las tierras se endurecen, donde es una estupidez huir.
Ahora, esta Navidad en Guada, desmenuzo en la uña del índice una pequeña especia roja que puso el buen Antonio Acebrón en el bacalao al pil-pil de su reconocido STAR´S CAFÉ, la esparzo en el plato y mientras tanto le pregunto a los amigos Isi y Mario, Juan Taberné, Ramón Llorente y, un poco más tarde, a Fernando Acebrón, si no les estorba la distancia de años entre nosotros. Al contrario, dicen, no es suficiente, tú nos remueves en el cuerpo la adolescencia, cuando abrazabas en COU y en 3º de BUP el mayor número de asignaturas por la alegría de estrechar: Historia del Arte, Lengua, Historia contemporánea, Literatura Española, Historia de las Civilizaciones y hasta Religión, que desde Navidad la colgó en mis brazos su profe “porque estos chicos sólo quieren discoteca, alcohol y…”. “Con Dios Padre. La cojo yo, aunque tengo 29 horas sobre 30”. Y me fui a las “discos” Zoika 1, Zoika 2, y Nardo´s, El Puerto, y se hicieron mis amigos Proco, Ibáñez, Pouso, Acevedo, Sevilla, Julito hasta hoy. Que Dios se lo pague.
Amigo Javier, conmemoramos la historia del Niño Dios que nació en la pobreza más absoluta de un pesebre abandonado hace ya dos mil veinte años en Belén de Judá… Muchos desde las fes, otros desde el ateísmo, otros desde la indiferencia, otros desde la inercia, la increencia, la impotencia, otros… todos vivimos en Europa dentro de ese magna cristiano incluso, como ya demostró Charles Moeller, los grandes pensadores del siglo XX: Malraux, Sartre, Unamuno, Kafka, Peguy, Bergman, Mauriac… subrayan el gran error de Nietzsche. Porque Dios no ha muerto, porque por ser Dios no puede morir.
Y llega cada año pequeñajo y dormilón y chillón, baby al fin, y levanta un brazo y yo giro el cuello y veo un puntito de vida que está erguido sobre unos faldones de su madre María. Y siento, amigo Javier, abejas en la sangre, en mi sangre que tiende a empastarse (gracias, Adiro 100) y siento un oso en mi corazón “partío” y cada latido, gracias al DAY, es una pata que deshace la colmena.
Y me da su mano, como todos los años, y no se la devuelvo.
Quiero esperar y esperar, que se pringa de ansiedad, que babea esperanza, agarrado a la vida, que no muere, que no es una cara la señal que espero, sino una voz, mejor, un simple vagido: “Dios con nosotros”.
Aconsejaba Lenin a sus discípulos maquinar sin interrupción para que los niños confundieran las luces, los árboles estrellados, los incontables belenes, las cabalgatas de los Reyes Mayos, con cuentos de ficción, multiplicados hoy por las descargas albañales del mundo audiovisual. En vano.
El amor me ha vuelto a pasar.
El amor vuelve a pasar.
Mientras los prosélitos del dictador y déspota beben copa a copa el mejor domperignon y tragan los mejores canapés de beluga imperial, la Iglesia de Juan Bosco Occhiena, está viva en dispensarios, hospitales, escuelas y universidades, en los centros para leprosos, en oratorios y centros juveniles mil, en comedores y parroquias sociales, en las favelas brasileñas, asiáticas y en las tierras más duras del hambre.
“La Nochebuena se viene, la Nochebuena se va, y nosotros nos iremos y no volveremos más”.
El pequeñajo de Belén un año más me dio su mano, sé que nunca se la devolveré. Y no volveremos más.