“Hay una Iglesia joven, vital, formada y con ganas de salir, como dice el Papa, de hacer lío”. La afirmación nace de la experiencia con jóvenes de un sacerdote salesiano, formado teológica, pastoral y musicalmente entre su Córdoba natal, Sanlúcar la Mayor, Granada, Montilla, Roma y, por fin, Sevilla.
Rafael Sánchez estaba predestinado a formar parte de la gran familia salesiana. De hecho, son muchos los vínculos familiares y afectivos que le unen a la obra de Don Bosco, en un itinerario vocacional en el que ha tenido un papel determinante la música.
Desde la parroquia cordobesa de la Fuensanta hasta su destino actual en la Inspectoría María Auxiliadora de Sevilla, ésta ha resultado determinante en la definición de un hombre convencido de la vigencia del diálogo cultura-fe. “La música está muy ligada a la dimensión espiritual de la persona. Con ella –añade- estamos tocando el modo en que el ser humano se relaciona con Dios”.
A los cuatro años formaba parte del coro parroquial, con ocho comenzó la carrera de piano en el Conservatorio y a los dieciocho confirmó que su inquietud espiritual tendría el sello salesiano. Guarda un recuerdo emotivo de los tres años de experiencia comunitaria en Montilla, donde grabó su primer disco junto al Coro de Santo Domingo Savio. Una obra con un título eminentemente salesiano, ‘Por un mundo nuevo’, con la que iniciaría una intensa producción musical que tiene entre sus principales hitos los cinco años de formación en Roma, la constitución del Coro Diocesano de Sevilla y el musical ‘Gracias Don Bosco’. Este proyecto ha sido todo un reto para Rafael, los ochenta actores y cincuenta músicos que culminaron con éxito una obra con seis años de preparación que ha sido representada el pasado verano en la cuna de San Juan Bosco, Turín.
Comparte con San Agustín el convencimiento de que la música acerca a Dios, “y esto cobra mayor relevancia si cabe en el caso de los jóvenes”.
“Tenemos que ponernos en la piel de personas de diversas edades que de otra manera no tendrían una experiencia profunda de oración. La música es una oportunidad única para dialogar con Dios”, concluye. No se alinea con quienes presentan una Iglesia alejada de los jóvenes y apuesta por salir al encuentro: “Iglesia y juventud no son dos caminos paralelos, debemos dejar que los jóvenes sean los protagonistas de su itinerario de fe, acompañando esa inquietud trascendental”. Si en educación “no podemos anquilosarnos en la tiza”, en la pastoral ha comprobado los frutos positivos del “testimonio sincero”. Ese es el camino.