Es como un nuevo mantra que se repite sin cesar, e incluso ha sido cantado en esa hermosa canción de John Lennon, que imagina un mundo sin religión- y sin posesiones, sin ambición, sin….. todo lo que desapareció, por ejemplo, en la URSS, y ya sabemos con qué resultados, pero no iban por ahí mis reflexiones. Volvamos al tema actual. Cada vez que un fanático provoca una masacre, vuelven las quejas lastimeras de quienes acusan a las religiones de provocar todos estos desastres. Vamos, que si no acaban de una vez con las creencias es por elegancia, pero echan sobre las religiones una mirada de perdonavidas, como diciendo: “Ya podéis dar gracias que os toleramos”.
No voy a entrar en análisis profundos, que a estas horas de la noche de un sábado, después de una semana ajetreada se me hacen cuesta arriba. Pero voy a relatar mi experiencia directa – no me lo han contado- que he vivido en un país en el que han convivido sin problemas las diferentes religiones, y en el que el cristianismo es minoría minúscula. Me refiero al Malí, que estos días ha salido tristemente a las noticias a causa de otro salvaje atentado.
Dirigí durante diez años un centro de formación profesional en Sikasso, que acogía a más de doscientos chicos y chicas entre 16 y 20 años, alumnos de formación profesional. De ellos, más del 70 por ciento eran musulmanes, así como la mitad del profesorado. Eso no impedía que hiciéramos un proyecto educativo común, basado en los valores de convivencia y respeto mutuo inspirados en nuestras religiones.
Nunca he encontrado oposición al hecho de proponer objetivos educativos tales como la convivencia, el respeto mutuo, la lucha por la justicia… todos estábamos de acuerdo. En el centro había una hora de formación religiosa que estaba en el currículo. Yo he impartido religión como cultura religiosa, y he explicado a los musulmanes conceptos de la historia del Islam que ellos desconocían. Los cristianos también seguían ese curso, Otro año hablábamos del cristianismo como fuente de cultura, y configurador de la historia de occidente. Los musulmanes sabían que yo era cristiano, y no renunciaba a mi fe por el hecho de adentrarme a explicarles conceptos islámicos, aunque les decía muchas veces…. “sobre esto, mejor le consultáis a vuestro imán”. Cuando explicaba el cristianismo, lo hacía sin pretensiones proselitistas…. describía en qué creemos los cristianos, y a veces los alumnos de una y otra religión me hacían preguntas comparando cómo ambas religiones enfocaban el tema. Los viernes por la mañana teníamos catequesis para los cristianos, y los musulmanes hacían estudio. Hasta que un día me preguntaron los profesores musulmanes si ellos podrían también impartir formación islámica, llamando a una persona de su confianza. Les dije que sí, con dos condiciones: primera, tenía que ser gratuita, puesto que los cristianos nunca pagamos a los catequistas, y segunda: tenía que estar de acuerdo con la dinámica de respeto que era propia de nuestro centro profesional. Al menor gesto de fanatismo, se acababa la experiencia. Les hacía a ellos responsables de la elección de la persona. Esto funcionó durante diez años. Sin el menor problema.
Con ocasión de las fiestas cristianas, algunos profesores y alumnos musulmanes asistían como espectadores a las celebraciones religiosas cristianas. Por otro lado, teníamos los cristianos la costumbre de ir en grupo a visitar a los musulmanes cuando celebraban la Fiesta del cordero. Los musulmanes nos visitaban en nuestras casas a los cristianos, con ocasión de la fiesta de Pascua y de Navidad. Las fiestas de una religión eran las fiestas de todos. No era raro recibir piernas de cordero de alguna familia que quería asociarnos a la fiesta. Y así todo.
Nuestras respectivas religiones no fueron trincheras, sino puentes. Y eso no era un caso aislado. En Malí todo era así. Había un gran cuidado en no molestar a los otros en su religión. Todos sabíamos que aquello era una garantía de convivencia. Qué contraste con la chabacanería y el mal gusto por los que algunos invocan el derecho a la expresión, confundido con el facultad de herir a los otros en lo más profundo de sus creencias; a meter el dedo en el ojo, a dar donde más duele. ¡ Qué gente más sabia la de aquel país que entendía todo eso sin necesidad de muchas explicaciones!. En nuestra Europa, ebria de sus derechos, se reivindican éstos como armas arrojadizas, sin pensar en las consecuencias. Reivindicaciones de adolescentes que hacen uso de sus libertades, como el que suelta la pedorreta en un funeral, simplemente porque le apetece, y quiere así manifestar su libertad sin ataduras.
En Malí he aprendido mucho de la gente. Me han enseñado cómo hay que escuchar sin interrumpir, intentando entender lo que dice el otro, haciendo esfuerzos por construir y buscar lo que une, en vez de excavar trincheras en nombre de la libertad. He visto un genuino deseo de armonizar; de vivir a pesar de las diferencias; de conseguir el consenso. En definitiva, una finura que con frecuencia no se halla en nuestra sociedad occidental, ciega y sorda ante todo lo que no entiende, y tan arrogante que no admite lecciones de nadie.
A la hora de escribir estas líneas sé que han cambiado muchas cosas en Malí. Pero siempre por causas ajenas a la mentalidad conciliadora de los malienses: Por guerras amañadas desde despachos presidenciales de Europa; por desigualdades provocadas por gobiernos corruptos que tanto han beneficiado los intereses de compañías multinacionales; por escaladas bélicas de las que se benefician las fábricas de armamento, las cuales siempre hacen negocio, caiga quien caiga, y no dudan en vender armas a los llamados enemigos de Occidente. Por provocar golpes de estado cuando han elegido gobiernos que no estaban dentro de lo considerado políticamente correcto. Sí, muchas causas para entender la génesis de este odio salvaje y ciego, que ahora nos golpea. Y es cierto que muchos grupos violentos han hallado en el Islam el nexo de unión que les ha reforzado como grupo. Pero las causas del odio hay que buscarlas más allá de la religión. Claro que es más fácil cargar contra las religiones. Así no se ve todo lo demás. No sea que los ciudadanos empiecen a hacerse preguntas incómodas.