“Estoy satisfecho de mi vida: del camino que he vivido con Don Bosco, de mis alumnos”. Son las palabras de José Carbonell, salesiano que lleva como misionero en Asia la mitad de su vida y que estos días descansa en Alcoy, la ciudad que le vio nacer hace casi noventa años
Don José Carbonell ve correr los días desde la ventana de su cómoda y austera habitación de la casa de los Salesianos de Alcoy. Se repone, poco a poco, de su último susto mientras repasa los vídeos del papa viajero, Juan Pablo II, al que admira poderosamente. Comenzó su andadura como sacerdote hace 59 años, el 1 de julio en Turín, y desde entonces realizó su labor como director en la Escuela de Filosofía y como Inspector. Así, tuvo la fortuna de crear la parroquia de Burriana, el pabellón deportivo de Ibi, los colegios de Elche, de Cartagena y el de Juan XXIII en Alcoy: “Esto era un barranco. Pensé que esta zona era buena porque es más fácil llenar que vaciar, ya que nos habían propuesto otros terrenos en la sierra. Yo quería estar con la gente, con el pueblo… y estas tierras me parecieron perfectas para hacer campos de fútbol”. Ahora, don José contempla los patios desde su habitación y piensa”mi ilusión sería que tuviera césped artificial para que los chavales jugaran sin parar al fútbol, aunque como los veo que vienen cada tarde, me siento bien”.
El sacerdote salesiano lleva media vida realizando su labor misionera en Asia: “Con 48 años me mandaron a Filipinas y sin saber inglés, pero fundamos casas”. También realizó tareas evangelizadoras en Papúa Nueva Guinea: “Aquello fue muy duro porque son tribus muy cerradas. Recuerdo, como anécdota, que fui con el obispo a una tribu, donde nos recibió el jefe que llevaba un hueso en el centro de la nariz y un montón de aros en las orejas. Me puse a hablar con él y sin querer, de un manotazo le quité el hueso. Fue un momento difícil, pero me dejo volvérselo a poner”. Don José recuerda este y otros momentos con una sonrisa aunque no todo fue fácil “en Timor trabajamos los arrozales, con tractores… Construimos casas… pero con la guerra se quemó todo y con la paz lo volvimos a reconstruir. La providencia nos ayudó”. Don José más que orgulloso se muestra “contento de lo que allí se ha hecho. Fui el primer salesiano en Indonesia. Abrimos colegios y misiones. Hoy hay ocho comunidades y muchas vocaciones”.
Lo que más echa de menos es el carácter de los asiáticos “esa tranquilidad para encarar la vida. No dramatizan. Por naturaleza son religiosos y como la vida les da tan poco… se conforman y son capaces, aun así, de ser generosos. Aquí el tiempo siempre falta y allí, al contrario, no pasa”. Sin embargo, en Indonesia necesitaba ver “estas montañas. Recordaba l’Ull del Moro, Mariola, Montcaber… ¡Ah! y les bajoques farcides y ¡un buen arroz al horno!”
En la pantalla de su móvil aparece la imagen de sus sanadores, los médicos que le ayudaron cuando en Sumba se puso muy enfermo. Ahora se repone de otro sobresalto de salud que espera superar pronto para volver “esa es mi ilusión, poder regresar a Yakarta y celebrar allí el Bicentenario del nacimiento de don Bosco en agosto y al año que viene, si Dios quiere, mi sesenta aniversario como salesiano”. Con la fortaleza de don José, seguro que lo consigue.
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