Los misioneros salesianos cuentan que "no existe el país, no hay ley y nada funciona". Ante los problemas cotidianos, los misioneros salesianos presentes en la capital del país, Bangui, tienen una única preocupación: "Seguir atendiendo a la población que se refugia en nuestras instalaciones".
En los humildes barrios de Galabadja y Damala, en Bangui, cientos de personas subsisten desde hace siete meses protegidos por los misioneros salesianos. La mayoría de los desplazados son mujeres y niños que llegaron huyendo de la violencia que se recrudeció en la capital centroafricana el pasado 5 de diciembre.
Sin tener a quien recurrir, con un ejército en desbandada y atrapados en el fuego cruzado de dos brutales grupos armados, los Séléka y los ‘Anti-balaka’, muchas personas se refugiaron en instalaciones religiosas. "Hasta entonces no acogimos a nadie porque estaban en sus casas aterrorizados. Hacemos de padres, de jueces, de médicos y hasta de carceleros con tal de prestar ayuda humanitaria a la población", comenta Agustín Cuevas, misionero que lleva 42 años en África y que es el párroco de Galabadja.
La comunidad de salesianos de Galabadja, que desde hace años se ha esforzado en levantar un pequeño oasis de servicios en este barrio del extrarradio, incluidos una escuela y un dispensario médico, se vio obligada a abrir sus puertas y acoger a la población desplazada ante el aumento de la violencia.
Los desplazados en la presencia salesiana no fueron los únicos. En los edificios y las explanadas del complejo de Galabadja llegaron a haber hasta 22.000 personas que dormían amontonadas “en los bancos y en el suelo de la iglesia”, mientras fuera el ruido de los disparos y las explosiones de granadas y proyectiles de morteros no cesaba, cuenta el párroco.
En la actualidad quedan en la parroquia salesiana unos cientos de personas que vienen de las provincias y de los barrios que más han sufrido. "Nuestro esfuerzo continúa siendo darles seguridad y empujarlos a la normalidad en sus vidas", asegura Cuevas.