Soufián es un joven de 21 años, nacido en Larache. Bien parecido, de labios carnosos y una corpulencia y fortaleza física que llama la atención. Le pido en la primera tutoría que me cuente su historia, y, sin dejar de sonreír, me hace este inmerecido regalo, que consiente en compartir.
“Perdí a mi padre a los 8 años. Murió de un accidente cuando trabajaba en la construcción. La muerte de mi padre me afectó mucho porque perdí las ganas de estudiar. Mi madre me dejó claro que si no quería estudiar ahí estaban las ovejas. A partir de ahí mi vida era el campo. Cuidaba las ovejas con mi hermano y con otros chicos mayores que nos obligaban a los pequeños a ir al mercado y robar algo de fruta. Si no lo hacíamos nos pegaban. Esa fue mi vida hasta los 12 años, en que comencé a salir fuera del barrio para ir a Tánger. Había escuchado de un amigo que estaba en España y que le iba muy bien, así que mi cabeza comenzó a pensar en España y marchaba temporadas a buscarme la vida y aprender cómo cruzar el estrecho. En mi casa se preocupaban mucho de mí porque yo apenas tenía 13 años. Enviaban a mi tío a buscarme, pero no me encontraba. Eran mis amigos los que me decían “ha estado por aquí tu tío preguntando por ti”. Un día sí que me encontró, y yo tenía miedo de que me diera una paliza, pero no fue así. Tan solo me llevó a casa. A la semana me fui otra vez a Tánger. Así sucedió al menos 4 veces que yo recuerde.
Una de las veces estuve más de tres meses sin aparecer por casa. Vivía con varios amigos en una barraca que nos fabricábamos con cañas y maderas y estábamos bien. Compartíamos lo que cada uno llevaba de comida. Uno traía pan, el que iba al puerto traía pescado y el del mercadillo iba a por verdura. Me gustaba ir al mercadillo a ayudar a cargar las cajas y así me ganaba unas monedas y con eso comprábamos algo. También estuve un tiempo trabajando en el vertedero. Venían los camiones y cogíamos cosas que luego vendíamos. Yo ahorraba, no gastaba. Solo para comer. Cuando iba a casa le daba algo a mi madre. Durante ese tiempo aprendí cómo hacían algunos para cruzar el estrecho, saltando a los barcos rápidos de pasajeros antes de que se pusieran en marcha. Me cogieron muchas veces y muchas veces me pegaban para que no volviera a intentarlo. Una vez me escondí en un hueco y me tapé con una lona y un chino que trabajaba en el barco me descubrió, me dijo que saliera pero yo le dije que no. Entonces me volvió a tapar con la lona, pensé que era un buen chino y me iba a dejar –jejeje- pero a los pocos minutos volvió con un grupo de policías. El jefe era muy bajito y me preguntó si estaba solo o no. Le dije que yo estaba solo y me dio un bofetón, diciéndome que como encontrara a otro me mataba. Yo, como siempre sonrío me volvió a dar otro bofetón, pero yo no dejaba de sonreír, y me daba otro, no sé si era por los nervios, porque yo no me estaba riendo de ese hombre. Lo intenté muuuuchas veces.
El día que lo conseguí estaba en mi casa. Era el primer día de la feria de Tánger y mi madre me había dado algo de dinero para ir. Al llegar a Tánger me fui directamente para el puerto y pensé “hoy cruzo sí o sí”. Me había comprado un traje de estos para el agua y unas aletas. Así que me quité la ropa y la metí, como siempre, en una bolsa de plástico hermética que até a la cintura, me puse el traje y me tiré al mar, con tan mala suerte que los de seguridad del barco me vieron encaramarme para subir. Los guardias me dicen que bajara, pero yo no les hacía caso, así que, con unas escaleras se acercaron a donde yo estaba y con un palo terminado en punta me pinchaban, hasta que me tuve que tirar al agua. Le di la vuelta nadando al barco y ellos se creían que me había marchado, pero yo me subí por el otro lado. Cuando el barco se pone en marcha me dio mucha alegría, pero cuando sale del puerto y se mete en altamar, la presión del agua era tan fuerte que me arrancó la bolsa de la ropa que tenía atada a la cintura. Es ese momento yo estaba seguro de que iba a morir. Fue el peor día de mi vida. Jamás había pasado tanto miedo. Me agarré con todas mis fuerzas, pero algunas de las veces, cuando el barco bajaba, el agua me llegaba al cuello. Iba con los pies apoyados en unos hierros y hacía mucho frío porque estábamos en noviembre y ya era de noche porque era el último barco del día”. Llegado este momento de la conversación me sorprende que Soufian no ha dejado en un momento de sonreír. “Cuando el barco llegó a Tarifa y ya había atracado, una policía se acercó con una linterna que alumbraba mucho e iba revisando toda la cubierta desde el muelle. Al verme me dijo que saltara y yo salté, pero no podía mover los brazos. No los sentía, los tenía totalmente agarrotados y no me respondían, no podía nadar. Me tiraron una cuerda y me ayudaron a salir. Al llegar a la comisaría vi mi cuerpo en un espejo y lo veía verde. Me asusté mucho. No entendía nada de lo que me decían porque no hablaba nada español. Me llevaron a comisaría donde me dieron ropa y donde estuve tres días. Después me llevaron al centro de menores “El Cobre” de Algeciras. Allí estuve 5 meses sin poder hablar con mi familia porque el número lo llevaba en la bolsa de la ropa que se tragó el mar. Finalmente un educador del centro me creó una cuenta de Facebook y me aceptó después de unos días un amigo de mi barrio. Le pedí el número de mi familia y es así como pude contactar con ellos. Ahora estoy bien gracias a Dios y a Don Bosco que me habéis ayudado”.
Al final feliz de la historia de Soufian, en la que no me cabe duda, está la mano de Dios, se unen también un acontecimiento que quiero compartir con vosotros por su significatividad: El primer contrato que la Fundación hace, como educador, a uno de sus primeros jóvenes resilientes, después de pasar por todo el proceso. En carta me refería a él y a sus palabras: “cada uno de vosotros habéis colaborado para que yo llegue hasta aquí”. Me refiero a Abdelatif Laquiasi, que acaba de terminar su carrera universitaria de educador social y que entra a formar parte de nuestra plantilla como mediador y educador de Buzzetti. Este hecho, guardando las distancias, nos remite al origen de nuestra congregación salesiana y nos llena de ilusión y esperanza.
Puedes acceder a la carta completa aquí.