José Miguel Pérez, José Ropero y Francisco Galán, son desde el 8 de septiembre, los nuevos salesianos de nuestra Inspectoría María Auxiliadora. A continuación, nos cuentan qué fue lo que ellos vieron para quedarse con los salesianos.
José Miguel Pérez, nació en Cádiz el 21 de septiembre de 1994.
R.- Antes no conocía a los Salesianos, pero al cambiarme de colegio, mi modo de ver cambió poco a poco, a medida que iba entrando en su clima de familia, viendo cómo trabajaban con los jóvenes, su clima de fraternidad y de familia, entre ellos y los demás, la alegría que habitaba en sus corazones que les hacía siempre estar alegres y compartir sus vidas con los más pobres. Cuanto más me introducía en las dinámicas del colegio y de la pastoral, descubrí poco a poco que lo que me llamaba la atención no eran ellos, sino sus motivaciones ¿quién se escondía detrás de ellos? Jesús y la eucaristía. A través de los jóvenes, Dios les hablaba, les regalaba fuerzas para hacer de sus vidas en las cosas cotidianas, cosas extraordinarias hasta el punto de dejar todo " Lc 5, 11" (Lema del Noviciado " Dejándolo todo, le siguieron") y seguirlo, entregar sus vidas por Dios y los jóvenes especialmente los más desfavorecidos. En resumen descubrí el tesoro que guardaban en su corazón que era Dios que acabó enamorándome, después del Aspirantado, Prenoviciado y Noviciado de " Ir y Ver" decidí seguirlo más de cerca, con la primera profesión religiosa.
Francisco Galán, nació en Pozoblanco el 31 de enero de 1996.
R.- Lo primero que vi son tantos salesianos que han dado y dan desinteresadamente su vida a los jóvenes, sobre todo a los más pobres, a los últimos a los que nadie quiere. Eso me llevó a preguntarme por qué lo hacían, por qué con todas sus fuerzas, y esto me invitó a mirar hacia a Don Bosco, el fundador de la Congregación.
A Don Bosco al que de pequeño ya conocía, me tocó volver a redescubrirlo, leyendo y estudiando tantísimo; y en él, en su figura, me di cuenta de que todo es parte de una cosa superior, más grande; que él y los salesianos, no habían trabajado, ni trabajaban por la juventud por autosatisfacción, sino por Dios, porque Él los llamó a ello.
Esto es lo último que vi, lo más importante, Jesús, y en su Evangelio me sentí interpelado, me sentí como el joven rico, que se sentía amado por Jesús, o como Pedro, que se sentía un pecador delante de Jesús por no haber confiado en Él. Acompañado por los salesianos y por tantos laicos (cooperadores, profesores, educadores, animadores…) que me ayudaron a madurar y a descubrir que Él me llamaba a dejarlo todo y seguirlo, con el proyecto que Dios inició en Don Bosco, al servicio a los jóvenes sobre todo a los más pobres y necesitados.
José Ropero, nació en Elche el 7 de abril de 1993.
R.- Hace tiempo Dios me pedía un poco de mi tiempo y de mis energías como animador del centro juvenil Gentjove de Elche. Después se abrió paso a través de personas y de momentos especiales, y más adelante sentí que me llamaba a algo más. No porque ser bueno en lo que haces, ni mucho menos el mejor. Recuerdo la frase de un salesiano que me ayudó al inicio del camino “Dios no elige a los capaces, capacita a los que elige”. A través de personas cercanas surgió la propuesta específica: “¿Por qué no haces una experiencia de comunidad?” y me fui dando cuenta de lo que Dios me proponía (aunque no lo entendiera al principio) y sentía como si dijera: “Hasta ahora me has dado algo, y ¡te doy las gracias! Pero ahora te pido que me des a ti mismo”. ¿Fácil? No, no es facilísimo. Requiere oración, discernimiento acompañado y experiencia de servicio; no es fácil pero es posible, y te cambia la vida si lo aceptas, y te llena de paz. Por eso, en la profesión religiosa pronunciamos nuestro “Hágase”, pero no de forma genérica y vacía, sino “Hágase en mí”.