El don de Ia vocación. La vocación forma parte esencial de Ia experiencia bíblica, y, por tanto, cristiana. Dios llama (a Abrahán, a Moisés, a Samuel, a Jeremías) y el llamado se ve en la obligación de escuchar o de rechazar. La iniciativa siempre es de Dios, No se trata de una elección fruto de Ia voluntad humana, sino de una escucha atenta y obediente a la voz de otro. Por eso hablamos de «don» y no de «conquista».
La certeza de la vocación. La experiencia religiosa de la vocación cuenta con dificultades. No es evidente. Una de estas dificultades es discernir si Ia persona llamada escucha sus deseos, sus proyectos, o si escucha la voluntad de Dios en su vida. De ahí que la Escritura insiste en que las personas llamadas se resisten. Pero también la experiencia de Ia vocación aparece unida a la certeza: no es fruto de una imaginación, sino una llamada veraz y directa de Dios que pide una respuesta.
Una vocación universal. Desde un punto de vista bíblico. La vocación se dirige a hombres y a mujeres; a casados como Moisés, a niños como Samuel, y a profetas célibes como Jeremías. A cada uno le pide algo distinto: a Moisés que saque el pueblo de Ia esclavitud de Egipto; a Samuel a que escuche su voz sin miedo a Io que le vaya a pedir; a Jeremías le encomienda una ardua tarea que incluye sembrar y arrancar; construir y derribar. En todos los casos no cumplen la voluntad propia, sino la misión que les encomienda Dios; en todos los casos afecta al misterio del ser humano.
Jesús nos llama a seguirlo. En los evangelios asistimos a una novedad crucial. Jesús llama a sus discípulos a seguirle; como hace Dios en el Antiguo Testamento. Jesús anuncia el Reino de Dios, pero a la vez les pide que le sigan a él. La razón es obvia: Jesús encarna con su mensaje y con su vida en el Reino.
La vocación de los discípulos se repite en los evangelios: llama a Pedro ya su hermano Andrés; llama a Santiago y a Juan. Llama a Mateo y le pide que deje su mesa de recaudador. No podemos entender el evangelio sin paramos en este comportamiento contrastado de Jesús «que llama»; no es solo una clave de interpretación teológica, sino un comportamiento que nos afecta y condiciona a todos. Jesús me llama a mí y a ti. Jesús nos llama para que le sigamos a el, desde nuestra vida ordinaria, en el quehacer cotidiano. La vocación al seguimiento se actualiza en cada generación y en cada persona.
Seguimos a Jesús, no a nuestros criterios. El evangelio recoge las resistencias propias de toda vocación: miedo al futuro, inseguridad ante los retos y debilidad humana, comodidad comprensible. Pedro añade otra dificultad: la ideológica. Pedro está convencido de que Jesús es el Mesías, pero un Mesías triunfador. Pedro se siente con Ia obligación de corregir al mismo Jesús. En una escena sorprendente, Jesús le llega a llamar «Satanás»: entorpecedor, obstáculo, impedimento para su misión.
Jesús le habla muy claro: «el que quiera seguirme». ¿Yo estoy dispuesto a seguir a Jesús?; «que cargue con su cruz y me siga». No podemos poner primero mis expectativas y criterios, y luego negociar el seguimiento. Esa «condición ideológica» es Ia que puso Pedro a Jesús. Estamos sobre aviso. Tenemos que dar una respuesta.