El 14 de febrero de 2017, en la Sesión Ordinaria de Cardenales y Obispos miembros de la Congregación para las Causas de los Santos, se expresó por unanimidad un dictamen positivo sobre la fama de santidad y el ejercicio de las virtudes heroicas de Siervo de Dios Octavio Ortiz Arrieta, nacido en Lima (Perú) de 19 de abril de 1878 y murió en Chachapoyas (Perú) el 1 de marzo de 1958. Fue el primer Salesiano peruano y el Obispo de Chachapoyas por 37 años.
En diciembre de 1893 entró en la Escuela Salesiana como carpintero de aprendiz y después pasó entre los estudiantes. Hizo el noviciado en el Callao y en 1902 emitió los votos perpetuos en manos del Padre Pablo Albera en Visita extraordinaria. En 1906 fue enviado a fundar una nueva escuela profesional en Piura. Fue Ordenado Sacerdote el 27 de enero 1907 y posteriormente dirigió las obras de Cusco y Callao.
El 21 de noviembre de 1921 fue nombrado Obispo de la distante diócesis de Chachapoyas (en los Andes del norte), vacante durante cinco años, que en ese momento incluía un territorio de 95.200 kilómetros cuadrados y una población de 250.000 personas. Fue ordenado Obispo en el Santuario de María Auxiliadora de Lima el 11 de junio de 1922. Llegó a su Sede Episcopal después de un mes de largo recorrido. Su vida fue un constante viaje: a caballo, a pie, por las cordilleras, en medio de los bosques y de los ríos.
Organizó Misiones y Ejercicios Espirituales para laicos y sacerdotes en todos los centros de la diócesis. Predicó el catecismo tan a menudo como el tiempo iba a permitir, y los jóvenes llenaron las salas del antiguo palacio episcopal. Catequesis, predicación, cuidado de los sacerdotes y seminaristas, promoción de las vocaciones fueron las atenciones constantes de sus 37 años como Obispo. Acogedor, amable, alegre, cercano a la gente. Era un organizador nato: realizó ocho visitas pastorales; celebró tres sínodos diocesanos y un Congreso Eucarístico; reorganizó los archivos de la parroquia; creó asociaciones y cofradías; publicó un periódico.
Cuando el Arzobispo de Lima permaneció vacante, el Nuncio Apostólico en nombre del Papa se lo ofreció y Mons. Ortiz le dio las gracias y declinó la propuesta: quería quedarse en medio de la gente de pueblo hasta su muerte el 1 de marzo de 1958, a la edad de 79 años.