El 3 de julio de 2016 el salesiano y alcoyano, José Carbonell, celebró sus 60 años de sacerdocio en la Parroquia María Auxiliadora de El Campello rodeado de amigos y familiares, entre ellos un matrimonio chino a los que bautizó hace cuatro años. A sus 89 años, se siente emocionado y agradecido por tantos años de misionero en las presencias salesianas de Sumba y Yacarta durante más de 30 años, y también de sus etapas como director del Estudiantado Filosófico , inspector y director.
P.- Ahora que celebra sus Bodas de Oro Sacerdotales ¿qué sentimientos le merece recordar los inicios de su vocación?
Cuando le dije a mi padre que quería ser salesiano se enfadó mucho conmigo, me lo prohibió, me costó mucho convencerlo. Me decía apenado: “Yo ya he dicho a todos mis amigos que vas a ser Ingeniero de Caminos, Canales y Puertos” y yo le contestaba: “Y de puentes papá, yo también quiero construir puentes que lleguen al cielo para salvar almas”.
P.- Durante sus años de director de Estudiantado Filosófico pudo conocer de primera mano las inquietudes de los clérigos ¿Qué le diría a un joven que se está planteando su vocación salesiana?
Hoy es difícil que un joven tenga un gran sentido de dedicación a la misión salesiana y que mire sólo en esa dirección. Tienen muchas opciones e inquietudes que pueden desviar su atención, desanimarles y frenar el proceso de crecimiento. Yo les invitaría a que vengan con ánimo de entregarse totalmente, dejando todo lo que sea necesario.
En mi etapa de director vivía totalmente dedicado a los 134 clérigos, hablaba con cada uno de ellos al menos una vez al mes. El secreto es que cada director hable con todos, conozca a todos y de este modo haga familia. Haciéndose siempre amar, aprendiendo a hacerse amar y entregándose completamente.
P.- ¿Destacaría un denominador común que hace que se aprecie a los salesianos en tantas partes del mundo?
La fuerza de la Congregación es la unidad en el espíritu salesiano. El Espíritu Salesiano es el mismo, aunque adaptado a cada lugar. Los principios básicos salesianos son los mismos en todas las presencias gracias al trabajo que se realiza desde Roma. Además, el espíritu salesiano es flexible, se adapta a las costumbres de cualquier país. Sea en Sumba, una pequeña isla al sur de Indonesia, en la India o en Estados Unidos.
Y otro motivo es por nuestra forma de tratar a los jóvenes. Al llegar a Sumba los redentoristas nos decían: “Ustedes son diferentes” y era por el trato con los jóvenes. Porque vamos a los jóvenes que tenemos delante, no a buscar a otros jóvenes. Por ejemplo en Yacarta ¿qué necesitaban los jóvenes? Ellos sólo querían jugar a fútbol y tenían un gran terreno para ello que les dejaban gratis. Pero claro, para que pudieran jugar el campo había que cuidarlo, quitar las malas hierbas, pintarlo. ¿Y quién tenía que hacerlo? Pues los salesianos.
P.- ¿Recuerda algún momento de su etapa en Indonesia con especial cariño? ¿Cómo evangelizaban los primeros misioneros salesianos que llegaron a Oceanía?
Recuerdo el momento en que aterrizó el avión en Yacarta, bajé y empecé a hablar con los jóvenes. Y el superior que me acompañaba se acercó rápidamente y me dijo: “Aparta no te metas con ellos”. Pero yo le dije: “Si los chicos aceptan hablar conmigo… por qué no”.
La primera decisión que tomamos fue ponernos al lado de una escuela profesional que el obispo nos había prometido aunque al final nunca nos la dio. Pero yo le dije: “Bueno, aunque no nos dé la escuela, ¿nos dejaría celebrar misa?’ Y contestó: “De acuerdo, si podéis, haced lo que queráis”.
En la primera misa, los jóvenes estaban al fondo sentados, jugando a cartas, haciendo ruido y no me hacían ni caso. Prediqué el sermón y continuaban igual, sin mirarme. Pero unos días después, decidí aprenderme el sermón de memoria en su lengua y lo recitaba acercándome a ellos, hablándoles y mirándoles a los ojos. Y conseguí captar su atención.
Poco a poco me fui soltando e incluso me atrevía a contarles que en la religión católica se perdonan los pecados. El Miércoles de Ceniza les expliqué que todos somos pecadores y acudieron a la imposición hasta los criados musulmanes.
Nunca he estado desanimado. Cuando venían dificultades, pensaba: “Don Bosco tenía más”. Y recordaba las palabras de Santa Teresa: “Nada te turbe, nada te espante, la paciencia todo lo alcanza”.