Durante quince días he podido vivir de cerca la realidad de las personas inmigrantes que, en la ciudad de Ceuta, esperan poder cruzar a la Península buscando alcanzar el sueño que un día les hizo salir de sus países, dejar atrás a sus familias y empezar un viaje lleno de dificultades y obstáculos que tal vez nunca imaginaron antes de su salida.
Ha sido una experiencia intensa, profunda, de esas que no pasan desapercibidas, de esas que dejan huella porque te encuentras de lleno con ese terreno sagrado que es la persona del otro, con el rostro sufriente de quien dejó parte de la vida en el camino pero que alberga la esperanza de un mañana mejor y es capaz de dibujar en su rostro una sonrisa a pesar de sus rasgos habitados por el dolor.
Y ese otro te acoge sin recelos, abre su corazón sin miedo y comparte contigo la vida. Y a medida que se acrecienta la confianza van surgiendo los relatos que ponen en común la vida y hacen que se estrechen los lazos. Surge el intercambio porque en la vida das y recibes, escuchas y eres escuchado….o ¿acaso alguien es tan rico que no puede recibir nada, o tan pobre que no puede dar nada? En el intercambio está la riqueza y es donde empieza el mestizaje cultural. Y cuanto más compartes más te das cuenta de la injusticia de las fronteras, de tanto sufrimiento innecesario, de tantas heridas físicas y psíquicas por el simple hecho de querer transitar en libertad como hacen los pájaros que vuelan sobre el cielo.
Más de 500 personas en el CETI (Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes) soñando un futuro nuevo, levantándose cada día esperando ver sus nombres escritos en una lista – “laissez passer”- que permite cruzar a la Gran España con una orden de expulsión y que, para ellos, es como si fuera una carta de ciudadanía. Junto a ellos más de 100 menores con los mismos sueños, sin referentes familiares, tal vez por ello dispuestos a dejarse querer como hijos cuando alguien ama de verdad como padre.
Me siento afortunado y agradecido de haber podido acompañar al grupo de voluntarios de las ONG´s Jóvenes y Desarrollo, Vols, y Solidaridad Don Bosco, que junto a otros voluntarios de Ceuta y otras ciudades y a las Carmelitas Vedrunas, hemos podido compartir vida, mesa, trabajo, lágrimas, alegrías, oración, fiesta, formación, sueños, en ELÍN, oasis de acogida incondicional, de manos cálidas que acarician y brazos que envuelven; lugar para experimentar una fraternidad nueva donde no importa el color, la religión, la cultura; donde se mira más lo que une que lo que divide; lugar para el aprendizaje del idioma tan necesario para poder vivir en una sociedad de acogida; para ponerte al lado del otro de igual a igual, donde nadie es más ni menos que quien tiene al lado; para denunciar la injusticia de las fronteras que matan; para hacer círculos de silencio en solidaridad con migrantes y refugiados; para levantar al caído, para estar al lado de quien pierde la esperanza animando a no olvidar jamás los sueños y los motivos por los que un día salieron de sus países.
Me siento afortunado y agradecido de haber podido salir a la calle al encuentro de la gente, de los inmigrantes – para invitarles a venir a Elin y participar en las actividades – y de los habitantes de Ceuta para conocer su percepción de la realidad de la inmigración. Allí se reproducen a pequeña escala las actitudes predominantes en nuestro mundo desarrollado: miedo, defensa, mirada estereotipada, prejuicios, indiferencia. Pero también he encontrado personas que saben empatizar y ponerse en lugar del otro para comprender y acoger su realidad y que les duele la injustica de este mundo que levanta muros frente a quien llega y quiere entrar.
Me siento afortunado y agradecido de haber podido conocer a personas que permanecen allí, día tras día, año tras año, mientras los voluntarios y los propios inmigrantes van pasando; empezando cada día con ilusión renovada como si fuera el primero, porque cada persona que llega merece ser atendida, escuchada y acogida con todo el cariño; personas que, desde la fe, viven en esta periferia existencial de las que habla el Papa Francisco entregando la propia vida, sin reservas, a manos llenas; que viven con austeridad y sencillez porque no se puede estar al lado del pobre sin hacerse uno de ellos; que no reciben subvenciones para sentirse más libres a la hora de la denuncia; que celebran cada llegada como un triunfo de la libertad; que rezan cada día al Dios de la vida por quienes están en el camino y por quienes perdieron la vida en él; que acompañan en el hospital y alimentan a quienes heridos por las concertinas de la valla no pueden hacerlo de forma autónoma. Para ellas mi reconocimiento.
Me siento afortunado y agradecido por cada uno de los inmigrantes con los que he podido compartir la vida en estos días. Son verdaderos héroes. Sus historias hablan de valentía, riesgo, coraje, lucha, de no rendirse, de vencer dificultades, de sufrimiento, de fe, de confianza en Dios que acompaña en el camino y hace verdaderos milagros. Me quedo con vuestros rostros y vuestros nombres. Deseo que cada uno de vosotros podáis hacer realidad vuestro sueño y que sigáis encontrando personas dispuestas a la acogida y a seguir compartiendo vida y experiencia con vosotros.
Desde estas líneas quiero denunciar todas las situaciones de explotación, maltrato y violencia a las que se ven sometidas estas personas, a una sociedad que se protege y se defiende de personas que tienen los mismos derechos que nosotros, entre ellos el derecho a migrar, y la represión abusiva que se produce en las fronteras y manifestar que la solución no reside en elevar muros, en duplicar vallas y colocarles cuchillas sangrantes, ni tampoco en endurecer los controles en las costas, sino en construir puentes que mejoren las condiciones de países en desarrollo. En un contexto en el que la sociedad europea y sus políticas migratorias son más cuestionadas que nunca y en el que hay una mayor sensibilidad al fenómeno migratorio hay que romper el silencio, tanto de la población inmigrada como de la sociedad acogedora, para construir un horizonte nuevo que permita la convivencia, la integración mutua y la inclusión.
Segundo García Fernández
Salesiano