Menuda cruz

28 julio 2016

Son fundamentalmente amigos. Les une, eso sí, el amor a la naturaleza y su pasión por la montaña. Gustan de reunirse juntos y, como amigos, caminar senderos y explorar rutas de nuestras montañas, convencidos del valor pedagógico de las caminatas y con la certeza de que en la vida todos somos caminantes. 

Los hay de diversas edades, criaturas divertidas, adolescentes inquietos, jóvenes estudiantes y trabajadores, hombres y mujeres casados, separados, solteros, padres y madres, abuelos… amigos. Entre ellos hay votantes de todo el espectro político, tienen diversas opciones religiosas y son simpatizantes de equipos con frecuencia encontrados. Les une, eso sí, una opción solidaria que les lleva con frecuencia a echar una mano a realidades que lo necesitan. Así, se les ve cogiendo almendras para venderlas luego en favor de una ONG, o trabajando duramente mientras arreglan, pintan y limpian una casa de colonias.

Se encontraron en las “Javieradas” de los salesianos de Huesca, esa experiencia les unió y les animó a continuar viviendo fines de semana de aventura, triscando montañas y haciendo caminos. Buenos amigos, buenos caminantes, gente noble, alegre, responsable… así son los Javieres de Huesca.

En una de sus correrías montañeras descubrieron que una cruz plantada en la ruta a Guara por Fenales (senda de la Cerollera) se había caído 12 años después de permanecer en pie. La cruz estaba situada en un punto estratégico que servía como orientación por el entonces inexistente camino, especialmente en los días de nieve y de escasa visibilidad. Encontraron la cruz y decidieron volverla a poner.

Así que los amigos Javieres recorrieron, tiempo después, los mismos caminos y la recolocaron el 10 de enero de 2015 en un acto emotivo en el que soltaron palomas como signo de paz y concordia. 

Seis meses después la cruz había desaparecido del pedestal. Esta vez no la encontraron; estaba claro que alguien la había arrancado. Ni cortos ni perezosos, construyeron otra cruz y un año exacto después, el 10 de enero último, volvieron a llevarla y a ponerla en el mismo sitio, esta vez con cemento para garantizar su seguridad. Ese 10 de enero hubo un tiempo infernal… frío, lluvia y rachas de viento que no pudieron con la voluntad de estos amigos para volver a restaurar la cruz.
Hace unos días regresaron, querían ver la salida del sol desde Guara y recordar ante la cruz al bueno de Paco Mangual, recientemente fallecido y buen amigo de los Javieres. Con sorpresa y tristeza, de nuevo se encontraron con que la cruz había sido arrebatada. Algunos tipos con buena dosis de paciencia y mucha más de mala leche, la habían arrancado del cemento y la habían hecho desaparecer. 

El disgusto de los Javieres ha sido, como no podía ser de otra manera, muy grande. No aciertan a entender a quién le puede molestar una cruz en un lugar emblemático de nuestras montañas, no pueden comprender cómo hay personas que son capaces de destrozar en un momento lo que con tanto tiempo, cariño y esfuerzo han hecho otros. Aún pudieron improvisar una cruz de madera y tener un recuerdo por el amigo fallecido.

Bien sabido es que la montaña es un lugar sagrado y los montañeros son místicos que en su caminar atisban trascendencia en medio de la naturaleza, del cansancio y la amistad. Hay en los montañeros un sentimiento de respeto profundo a otros que, desde las más diversas creencias, recorren los mismos caminos. Los montes están así llenos de símbolos religiosos. Hay belenes, imágenes de la Virgen, hornacinas con santos… son símbolos de carácter religioso que evocan la paz y la fraternidad que la montaña sugiere. En la cima del Canigó, por ejemplo, hay una cruz en la que los grupos excursionistas dejan atados pañuelos como señal de su estancia allí; en la cima del Tuc de Maubèrme hay túmulos antiquísimos, recuerdo de los difuntos y la divinidad; en muchos montes hay dólmenes que miran al más allá; las cimas del Himalaya están llenas de simbología budista; en los lugares donde alpinistas o montañeros se han despeñado hay cruces metálicas o grabadas en la misma roca que les recuerdan. En la deontología propia del montañero, en el RH del amante de la montaña hay inscrito un respeto extraordinario por cualquier manifestación religiosa que encuentra, independientemente de cuál sea su propia fe.
Arrancar una cruz de una de nuestras montañas es una barbaridad, un signo de intolerancia, de intransigencia ciega del que confunde la fe con las imposiciones. Hace falta ser un tonto pata negra, un cretino de diseño, un tirano muy necio para arrancar una cruz de un monte o un camino. Pero sobre todo hace falta ser muy mal montañero. Arrancando la cruz no sólo profanan los sentimientos de quienes la pusieron sino que profanan a la misma montaña, a la misma naturaleza.

¡Menuda cruz de tipos!, ¡menuda cruz de montañeros de medio pelo!…¡qué calvario tiene que ser caminar un paso con ellos o aguantarles sus gracias! Tal vez cuando los autores de semejante hazaña arrancaban el crucifijo se partían la caja de la risa o tal vez decían “que les den”, orgullosos de su gesta… vete tú a saber.

De lo que sí estoy seguro es que si algún día estos abnegados artistas que arrancan cruces y mancillan la montaña quieren aprender a caminar con los pies, con la cabeza y con el corazón, los Javieres de Huesca les acogerán amablemente y les ayudarán a transitar caminos, transitándose hacia dentro.

Y de lo que también estoy seguro es que estos amigos volverán a poner la cruz en donde estaba; una cruz que, por cierto, recuerda la muerte de un inocente, víctima de la intolerancia y del odio religioso. 

Que no os hagan perder el paso, que no os desanimen. Y gracias por vuestro testimonio, Javieres; amigos Javieres. 
 

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