En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente:
«El reino de Dios se parece a un hombre que echa simiente en la tierra. Él duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra va produciendo la cosecha ella sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano. Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega.»
Dijo también:
«¿Con qué podemos comparar el reino de Dios? ¿Qué parábola usaremos? Con un grano de mostaza: al sembrarlo en la tierra es la semilla más pequeña, pero después brota, se hace más alta que las demás hortalizas y echa ramas tan grandes que los pájaros pueden cobijarse y anidar en ellas.» Con muchas parábolas parecidas les exponía la palabra acomodándose a su entender. Todo se lo exponía con parábolas, pero a sus discípulos se lo explicaba todo en privado.
No desde la magnificencia, sino desde la pequeñez de las cosas sencillas.
Más allá de los éxitos y fracasos humanos la fuerza vital del Reino de Dios crece progresivamente desde el silencio. A pesar de ello, encontramos también la necesaria participación de los hombres y de las mujeres reflejada en la parábola en la figura del agricultor.
Para trabajar con vos sólo exigís que creamos en el amor de Dios y en la persona y que adoptemos el amor como norma de comportamiento; nos pedís un amor que libera del mal y que perdona como Dios perdona; un amor que no tiene límites ni fronteras; un amor que está dispuesto a dar la vida.
Aquí me tenéis; soy débil, pero tengo buena voluntad. Ayudadme a aceptar vuestra buena nueva y a anunciar, con sencillez y generosidad, el Reino de Dios a los hermanos, para que todos vivan de acuerdo con lo que son.
José Carlos Bermejo “Regálame más cuentos con salud”